Alto precio


¿Cómo se entiende que luego del abrumador triunfo en el plebiscito y ad portas de un año electoralmente decisivo la oposición opte -justo ahora- por el divorcio de las aguas? Si todos están de acuerdo en que la unidad es el principal activo político para enfrentar los desafíos del presente y anular a la derecha, ¿cómo se explica este quiebre con aroma a suicidio colectivo?

O las fuerzas de centroizquierda no han aprendido nada o las cosas nunca fueron tan simples como sumar fuerzas. Porque la evidencia de estos días solo ha venido a confirmar un abismo insondable, precisamente en el momento en que la unidad era más necesaria que nunca y cuando el diagnóstico común sobre el estallido social parecía hacerla más fácil.

En realidad, no había más alternativa que el divorcio; una cosa fue integrar en 2013 al PC en calidad de socio minoritario, casi simbólico, como creyó hacer la ex Concertación, cuando el liderazgo de Michelle Bachelet y la seguridad de su triunfo podían unir cualquier cosa. Y otra distinta es terminar aceptando las consecuencias del desvarío actual, un escenario donde la ex Concertación parece condenada a ser el vagón de cola de una izquierda radical, que no cree en el proceso constituyente y ya amenaza con “rodearlo” de movilizaciones callejeras, para impedir que los integrantes de la convención puedan deliberar libremente.

Si hay algo que agradecer al PC y al Frente Amplio es que por fin comiencen a sincerar sus posiciones, que reconozcan a viva voz su complicidad y, entre otras cosas, aclaren que no están dispuestos a confiar en aquellos que la propia gente designe como sus representantes, que su intención es forzarlos desde la calle a no resolver en conciencia, sino bajo amenaza.

Pero hay un tema más de fondo que también explica el divorcio de estos días: la ex Concertación sabe que está hoy electoralmente derrotada y no hay certeza de que tenga la fuerza, la inteligencia y los liderazgos para recomponerse y encabezar una alternativa viable. En rigor, si las actuales condiciones se mantienen, dicho sector iba camino a perder una primaria presidencial con el resto de la oposición, y a verse obligado después a apoyar a un Daniel Jadue o una Pamela Jiles.

Al final, dos constataciones forzaron a la ex Concertación a dar un paso al costado: la primera, que hay una izquierda preparándose ya sin eufemismos para sabotear el proceso constituyente, que no va a aceptar el resultado de una deliberación democrática al interior de la convención y, menos, una regla de 2/3 que transforma a la derecha en un actor incidente. Y después, que todas las encuestas confirman que los dos liderazgos presidenciales que corren con amplia ventaja en la oposición pertenecen a esa izquierda radical, lo que en caso de existir acuerdos amplios obligaba a respaldarlos en caso de imponerse. Ambas cosas hicieron que para la ex Concertación el precio de la unidad opositora fuera impagable, aunque la decisión asumida igual tenga un altísimo costo.

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