Araucanía: necesitamos construir gobernanza desde el territorio



Por Roberto Neira, alcalde de Temuco

En los últimos 12 a 15 años hemos podido constatar a lo menos dos cosas respecto al conflicto en La Araucanía: primero, que el problema ha crecido en complejidad, por eso se han levantado o reorientado distintos planes; y, segundo, que falta claridad respecto a si las medidas planteadas han impactado objetivamente en la solución del conflicto.

En la práctica, no hemos podido correlacionar la implementación de las medidas con el aumento o la reducción de la conflictividad en La Araucanía. Tampoco hemos podido comprender a cabalidad si esta inversión ha sido lo suficientemente equitativa, desde el punto de vista territorial, o si las medidas han tenido un impacto positivo en el bienestar agregado de la región.

Aquí algo ha fallado y las fórmulas que se han dispuesto tendrán que ser ajustadas y reajustadas, porque hay algo evidente que no podemos desconocer: el conflicto persiste y si no lo abordamos ahora y de forma integral, puede llegar a ser inmanejable dentro de poco; de hecho, ya se está volviendo inmanejable.

Estamos cansados de los diagnósticos. Santiago debe entender que el problema de La Araucanía no es una tesis doctoral. Necesitamos establecer una lectura compartida del problema, que integre las voces de todos los actores relevantes en este tema. No podemos restar a nadie poniendo condiciones para el diálogo. No tenemos tiempo.

No podemos seguir viajando a Santiago a presentarle los problemas a subsecretarios y ministros que poco saben de la realidad local. No es digno para las personas, para la ciudadanía. Entonces, aquí debemos construir una gobernanza desde el territorio, con los actores del territorio. Lo que falta es que se haga un plan concreto, que surja desde los actores estratégicos de la región. Cuando uno visita las comunidades de los sectores rurales, siempre piden cuatro cosas: agua, caminos, electricidad y productividad. En Temuco existen 140 comunidades mapuche.

De ahí la ineficiencia del Estado de excepción, por ejemplo. Lo he calificado como Estado de decepción porque, a la postre, es una solución que va a entroncar uno de los paradigmas de seguridad; no ha permitido resolver el problema de la falta de agua en los sectores rurales; o no ha permitido mejorar la conectividad vial, que es algo prioritario si queremos convertirnos, efectivamente, en destino turístico. Sí, tenemos una red de caminos secundarios nutrida, pero no contamos con doble vía en la conexión de nuestros principales centros de interés turístico.

¿Qué se saca con seguir replicando una fórmula agotada como esa? ¿Qué acaso nadie entiende que volver a repetir lo mismo de siempre nos dará los mismos resultados? ¿Por qué no, por ejemplo, preguntar a los alcaldes de esta región qué hacer con este problema en vez de seguir imponiendo una lectura y unas medidas direccionadas desde Santiago?

Hay que ser valientes. Por el bien de La Araucanía tenemos que salir de nuestras zonas de confort y aceptar que, si queremos resolver este conflicto, tenemos que dejar a un lado nuestros prejuicios, y maximizar la tolerancia y la búsqueda de acuerdos, porque solo de ese modo podremos el bienestar de nuestra comunidad, de nuestra Araucanía. Este conflicto no es de izquierdas ni derechas. Ya no basta con voluntad, es tiempo de actuar.

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