Opinión

Argentina

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Es el único país que recuerdo cuyo nombre etimológicamente alude a su riqueza, ya sea que la denominación del Río de la Plata por parte de portugueses y españoles haya sido o no fiel a la realidad, no cabe duda que su territorio es privilegiado en recursos de valor económico, belleza natural y talento humano por doquier. No sorprende, entonces, que hasta la primera mitad del siglo pasado fuera una verdadera potencia económica; sin embargo, la llegada de Perón al poder marcó el inicio de una era de populismo y decadencia que se extiende hasta hoy.

Por qué razón Chile pudo llegar a superar en condiciones de vida y en indicadores económicos a su vecino trasandino es una pregunta muy pertinente, ahora que es inminente el retorno al poder del peronismo y de Cristina Fernández; especialmente cuando vemos a connotados políticos nacionales celebrando dicho retorno. La diferencia, dicen algunos, está en las distintas políticas públicas: mientras allende los Andes ha imperado el desorden fiscal, el estatismo y los subsidios a la oferta, acá básicamente ordenamos la macroeconomía, incentivamos la inversión privada y focalizamos el gasto social.

Todo eso es correcto, pero no es la razón verdadera. Claro que Chile ha aplicado políticas públicas correctas y Argentina, casi siempre, las equivocadas, pero eso es solo la parte visible del iceberg. La verdadera diferencia está en que desde el retorno a la democracia acá se afianzó una combinación de Estado de derecho con un sólido orden público económico y, además, el populismo se mantuvo fuera del Congreso.

Durante más de dos décadas, los discursos populistas y contrarios al modelo de desarrollo fueron extraparlamentarios. Por eso se pudo dar continuidad e incluso profundizar, en normalidad democrática, las políticas públicas correctas que se iniciaron en la década de los ochenta.

La inversión privada en infraestructura y servicios creció en gobiernos de centroizquierda, algo nunca visto en América Latina y menos en Chile. Se hablaba del "milagro" chileno; pero, la verdad, es que había poco de milagro y mucho de una seguridad jurídica que estaba por sobre los gobiernos de turno.

Ahora ha sido fuerte el impacto de lo ocurrido al otro lado de la cordillera; expresa un incipiente temor: nuestras instituciones empiezan a verse debilitadas para contener el populismo, y cuando eso sucede, la estabilidad depende, en el mejor de los casos, de quién gana las elecciones.

Muchos argentinos, impotentes para salir de la pobreza artificial que les han inferido sus políticos, recordarán los versos del tango: "sueño con el pasado que añoro, el tiempo viejo que lloro y que nunca volverá". Ojalá los chilenos no sintamos lo mismo en algunos años más.

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