Opinión

Arriar las banderas

Las banderas que justificaron la irrupción de una nueva generación al poder caen una a una, y más rápido que las hojas en el otoño. Justo en este tiempo en que vemos cómo aparecen nuevas aristas del caso ProCultura, el cual ha dejado al mismo presidente Gabriel Boric atrapado por sus propias palabras.

Quien bordó el lema de la bandera que hoy se arría es Giorgio Jackson, al haber dicho mientras fue ministro: “Nuestra escala de valores y principios en torno a la política no solo dista del gobierno anterior, sino que frente a una generación que nos antecedió”.

El caso ProCultura ha echado por tierra esta pretendida superioridad moral, incluso pese a que no se trata del primer caso en que algo huele mal en el Frente Amplio, dada la preexistencia de Democracia Viva -que tiene a la diputada Catalina Pérez formalizada y en arresto domiciliario- y del financiamiento de la candidatura a gobernadora de Karina Oliva.

Ahora es diferente, pues se trata de la ‘aristocracia’ de esta agrupación, pues el caso ha salpicado -por ejemplo- a la ex primera dama Irina Karamanos, y al propio Boric, cuyas conversaciones -al menos las que tuvo con sus amigos (y médico tratante) de ProCultura- están en la carpeta de un fiscal. Elementos que también revelan una ‘amistocracia’ que derriba la bandera del fin de los privilegios y las prebendas.

Esto nos lleva a otra bandera arriada -también bordada por Jackson, ahora en una especie de autoexilio, propio de un profeta (aunque en su caso sus vaticinios vayan siempre al revés)-, que es la teoría de los círculos concéntricos. Mediante ésta, Boric y los suyos administrarían el poder, dejando adentro a los más cercanos, y lejos a los recién llegados, a través de la creación de una especie de cinturones higiénicos destinados a mantener impoluta a la nueva política, en el predicamento de aceptar una alianza con lo vieja.

La pareja Carolina Tohá - Mario Marcel es la prueba viviente de ese fracaso, pues -después de la derrota del plebiscito de 2022- se convirtieron -incluso por separado- en los principales factótums del Gobierno, los que agarraron en tiempo récord los juveniles ímpetus transformadores para convertirlos en aquilatada madurez.

Hoy, Tohá, del PPD -mismo partido del que renegaron cuatro años atrás en el marco de la primaria-, es la principal carta electoral del sector, y no por haber penetrado el círculo íntimo de Boric, sino por todo lo contrario. Prueba de ello es que cuando fue el caso Monsalve -que derribó la bandera del ‘Gobierno Feminista’-, la entonces ministra del Interior se impuso sobre la ministra de la Mujer, Antonia Orellana, que era lo que quedaba de poder e influencia del Frente Amplio en La Moneda.

Al final, lo que parece haber quedado del primer círculo de poder, el de los impolutos, no parece ser más que una vulgar red de cercanos e inquilinos por la cual circulan favores, nombramientos y recursos públicos.

A todo esto se suma la incapacidad de los jóvenes de recuperarse de la histórica derrota de 2022, en la cual no solo dejaron toda esperanza de cambio profundo en esa nueva Constitución, sino que también los contenidos políticos que ahí fueron a dar, todos arriados y anatemizados.

A menos de un año del fin del Gobierno, y a semanas de la última cuenta pública, no solo está en juego la idea de que exista un legado de Boric -más allá de sacarse la corbata-, sino que la identidad completa de su generación hacia el futuro.

Por Cristóbal Osorio, profesor de derecho constitucional, Universidad de Chile.

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