
Autoayuda constitucional

Una de las características de los tiempos actuales es la dificultad de luchar contra la incertidumbre en esta cultura de la soledad. La sociedad liberal propia de Occidente nos ha dado muchos de los principales avances de la historia de la humanidad, pero al costo de abandonar el sentido y propósito común de la vida que proveía la religión y de debilitar los vínculos con quienes nos rodean.
En la medida que la felicidad se comenzó a concebir como un derecho individual, que prefiere a los compromisos con los demás, incluso los vínculos de los padres con los hijos se volvieron instrumentales; por supuesto que es posible tener una vida interior laica que le dé sentido a la existencia, así como una concepción de los nexos personales que supere el hedonismo, pero supone un esfuerzo y una actitud que resulta contracultural.
Así, hemos generado sucedáneos, una suerte de equivalentes emocionales del café instantáneo, como los manuales de “autoayuda” y los charlistas motivacionales. En buena medida, de ellos proviene esa verdadera plaga contemporánea que conocemos como el buenismo, una forma de evasión que pretende dar estatura moral a la negación de los problemas o, incluso, en ocasiones a la simple cobardía. Es que, por ejemplo, es más fácil negar que ciertas personas o ideologías constituyen una amenaza a nuestra libertad o valores fundamentales, porque asumirlo exigiría enfrentarlas, pagando los costos que de ello se derivaría.
Hoy nada cuesta declararse antinazi, porque todo el mundo lo es; pero otra cosa es definirse como anticomunista, porque los comunistas existen, pueden ganar la próxima elección presidencial y tienen poder. Entonces, respecto de ellos, es mejor declararse en un desacuerdo abstracto y comprensivo.
En los últimos días hemos visto a dirigentes políticos y constituyentes de centroderecha, repetir su disposición a los acuerdos, su apertura y certeza de que en la Convención primará el diálogo. Esto se viste de confianza en las personas y de humilde apertura a las ideas ajenas, pero ¿son consistentes esas declaraciones con la realidad y con un carácter tan altruista? Por supuesto que no.
Lo razonable sería esperar disposición al acuerdo por parte del que tiene el poder, no del que está en minoría. Esa minoría de centroderecha solo puede evitar la irrelevancia con la actitud incómoda de marcar las diferencias e intentar compensar, con la fuerza de la racionalidad, la falta de poder material y no declarando que nadie tiene los 2/3, omitiendo que la visión contraria los tiene con largueza. Algunos de los mismos que ayer nos invitaban a votar apruebo hoy, como si leyeran un manual de autoayuda, declaran su optimismo, mientras la Lista del Pueblo convoca a una marcha desde Plaza Italia y nos dicen que el miedo cambió de bando. La bondad es siempre digna, pero este buenismo no puede evitar ser, en algún grado, patético.
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