Autogolpe en Perú

Martín Vizcarra


Imagine el siguiente escenario: el Presidente de Brasil disuelve el Poder Legislativo alegando que la Constitución lo ampara. ¡Golpista! ¡Populista! ¡Autoritario! Ahora observe lo que ocurrió en Perú: Martín Vizcarra disolvió el Congreso interpretando a su amaño la Constitución y los hechos; horas después, se dejó fotografiar con el alto mando de las Fuerzas Armadas, dando una inequívoca señal de fuerza. Su acción ha sido apoyada por fuerzas de izquierda en su país. ¿Golpista? ¿Populista? ¿Autoritario? Nada de eso. En Perú solo hay una "crisis institucional".

No es sano aplicar un doble rasero. Mejor sería no dejarse llevar por preferencias y simpatías políticas, llamar las cosas por su nombre y reconocer lo que ha habido en Perú: un autogolpe.

Porque, enfrentado a un Congreso dominado por la oposición fujimorista y aprista, Vizcarra escogió un camino parecido al que recorrió Alberto Fujimori el 5 de abril de 1992: disolvió el Legislativo. Aprovechó el desprestigio del Parlamento para sacarse de encima un obstáculo molesto que le impedía llevar adelante su programa. Al igual que hizo Fujimori entonces, Vizcarra pretende usar su popularidad para convocar a parlamentarias en enero -no podrán participar los miembros del Congreso disuelto- y conquistar mayorías legislativas que le permitan aprobar las reformas que ha venido proponiendo.

Me tocó viajar a cubrir como reportero el autogolpe de Fujimori. El 6 de abril de 1992 presencié la visita del Mandatario al diario El Comercio y cómo después de ella caminó varias cuadras por el centro de Lima, aclamado por una población que lo vitoreaba y lo llamaba "Chinochet" con entusiasmo. Tales eran la descomposición y el desprestigio del Congreso en esa época, que los peruanos estuvieron dispuestos a sacrificar las formas democráticas para deshacerse de una caterva de políticos y jueces corruptos. Confiaron en el canto de sirena reformista de un lobo que se presentaba con piel de oveja.

Hoy la historia tiende a repetirse. La seguidilla de escándalos y revelaciones de la trama Odebrecht ha desnudado a una clase política venal que perdió la confianza de una ciudadanía que la desprecia y está harta de la corruptela. Vizcarra parecía tener el perfil para hacer los cambios que la gente demanda: un outsider que arribó por casualidad al poder y que, en público al menos, se muestra desinteresado por aferrarse a él.

Hasta ahora, el Presidente se había exhibido como un reformista, pero la acción del martes no deja lugar a dudas de que existe en él un gen autoritario que comienza a asomar. Hace 27 años, Fujimori se vistió como salvador de la democracia, pero al final concluyó pisoteándola. Vizcarra inicia hoy un recorrido similar. ¿Terminará igual?

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