Bifurcación opositora



Por Max Colodro, filósofo y analista político

Las primarias del fin de semana pasado y el nuevo traspié en el intento de retomar el control de la Cámara de Diputados, confirmaron que la unidad de la oposición ya no es más que una quimera. En un evento electoral que no convocó ni al 5% de los ciudadanos habilitados, la ex Concertación recuperó en algo la respiración, volvió a confiar en su propia musculatura, mientras el Frente Amplio terminó de inclinarse a un acuerdo político y electoral con el PC.

Con todo, estas circunstancias solo han venido a consolidar una fractura de larga data, un abismo existencial que desde el estallido solo se ha acrecentado. La rendición ante “la calle”, la complacencia con el debilitamiento del gobierno y de las instituciones, fueron lógicas y objetivos en que la oposición casi no mostró fisuras. Pero las expectativas generadas hacia adelante son muy distintas: unos han visto la posibilidad de instalar un ideario de cambios “socialdemócratas” y otros se han dejado seducir por la tentativa insurreccional; unos han mostrado convicción en la vía institucional para arribar a una nueva Constitución y otros simplemente no conciben un proceso llevado adelante en conjunto con la derecha.

Estas y otras divergencias han terminado de poner la lápida al sueño de la unidad opositora. Hoy, las fracturas estratégicas son insalvables y la obsesión común por dañar a Sebastián Piñera ya no alcanza para encubrir visiones y proyectos políticos antagónicos. Eso es precisamente lo que confirmó el resultado de las primarias: El FA va cambiando de hegemonía, el partido Comunes empieza a imponer sus términos, RD continúa desangrándose y los liberales finalmente optaron por la puerta de salida.

Cómo se desenvuelva este cruce de destinos ya irremediablemente opuestos es una de las interrogantes clave de los meses que vienen. Y también lo es el curso de esta mínima autoconfianza renacida en el universo de la ex Concertación, un espacio donde los sectores que no quieren una nueva alianza con el PC o el FA, menos todavía si los candidatos presidenciales mejor posicionados provienen de esas latitudes, ha recobrado algo de perspectiva.

Por último, las otras preguntas de este escenario tienen relación son los efectos electorales. ¿Podrán estas visiones y sensibilidades contrapuestas generar pactos mínimamente instrumentales? ¿Qué ocurrirá si en los próximos meses la ex Concertación no logra levantar una alternativa presidencial competitiva? ¿Cómo afecta en este contexto la irrupción de la diputada Pamela Jiles? ¿Qué ocurre si este liderazgo termina siendo desequilibrante?

Los plazos son muy breves y la oposición, sin unidad ya en el horizonte, tiene enormes y complejos desafíos por delante. Su drama es que la división, su incapacidad de aglutinar a sus electorados en la decisiva segunda vuelta, es una de las claves que explica por qué en la última década la derecha ha podido gobernar en dos oportunidades.

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