Carta a la nueva intendenta de Santiago

Karla-Rubilar


Estimada Karla. Aunque no tengo el gusto de conocerla personalmente, me atrevo a escribirle esta carta pública debido a la inmensa responsabilidad que significa ser la nueva intendenta de la Región Metropolitana y al impacto público que puede lograr en ese rol. Hace cuatro años, probablemente no se me habría ocurrido usar esta columna para dirigirme a usted. ¿La razón? El cargo de intendente estaba absolutamente depreciado. Eran pocos lo que duraban más de un año en el cargo, el presupuesto era (y sigue siendo) menor al de algunos municipios y las atribuciones no pasaban más allá de autorizar marchas o permitir celebraciones de Año Nuevo. ¿Alguien se acuerda de intendentes como Álvaro Erazo (enero-noviembre 2008), Igor Garafulic (noviembre 2008- marzo 2010), Fernando Echeverría (marzo 2010- julio 2011) o Juan Antonio Peribonio (noviembre 2012-marzo 2014)? Seamos francos, ser intendente hasta hace poco era un cacho, un nombramiento que significaba el odio de la calle y la pronta remoción. Para colmo, el cargo es decisión del presidente y no tiene aún la legitimidad del voto. Pero algo pasó, Karla. Su antecesor, Claudio Orrego, estuvo cuatro años en el cargo, lo que no ocurría desde 1994, cuando Luis Pareto completó como intendente la totalidad del gobierno de Patricio Aylwin. Por primera vez, desde el regreso a la democracia, un intendente se transformó en líder.

Orrego nos habló de romper la segregación, de la urgencia de los espacios públicos, de los cerros-isla, de parques que recogieran el espíritu de Benjamín Vicuña Mackenna y Alberto Mackenna Subercaseaux, de un río pedaleable, de la necesidad de una autoridad metropolitana elegida por las personas, de un sistema de bicicletas públicas que no dependiera de los caprichos de un alcalde, de una urbe resiliente. Entremedio, tenía que preocuparse de incendios, protestas y desórdenes de los hinchas del fútbol, pero el énfasis siempre estuvo en buscar consensos, redes, colaboración, para así soñar y construir una ciudad entre todos. Y nos contagió. A muchos. Nos hizo ver, por primera vez, que un intendente podía ser el verdadero director de una orquesta llamada ciudad, a pesar de las evidentes limitaciones de plata y poder. Orrego usó las cámaras, usó Twitter, usó las polémicas como la de los guetos verticales para provocar, para hacernos conversar, para generar discusiones acerca del Santiago que queremos.

Y, por eso, Karla, la vara es alta. Tenemos expectativas. Esperamos liderazgo. Necesitamos una intendenta que, por sobre todas las cosas, ame Santiago y eso sea algo que se note, que se salga por los poros. Queremos que varios de los proyectos que quedaron pendientes, algunos con financiamiento, como el Mapocho Pedaleable y el nuevo Parque Metropolitano en el cerro Chena, otros en primera etapa, como el Mapocho Limpio, se realicen, se hagan. Intendenta, no nos basta con que se dedique a controlar el orden público. No se limite a cumplir lo que dice la descripción del cargo, porque entonces van a pasar dos cosas: no sumará suficiente capital político para resistir las crisis (que necesariamente va a tener) y al durar no más de uno o dos años quedará en el olvido al igual que todos esos nombres mencionados más arriba. Si usted quiere dejar rastro, tiene que creerse autoridad metropolitana, alcaldesa aayor, la jefa, la líder, la santiaguina número uno, nuestro ejemplo, la que nos haga seguir soñando, la que sea capaz de hacer conversar al mundo público con los privados, la que entienda cómo manejarse en una gigantesca ciudad donde más de cien personas (entre alcaldes, ministros, empresas del Estado y organizaciones de la sociedad civil) gobiernan nuestra área metropolitana. Intendenta, no hay mejor campaña para las elecciones de gobernador(a) regional en 2020 que verla y sentirla como la embajadora de Santiago ante Chile y el mundo. Si usted nos invita a construir una urbe más justa, más sustentable, con más y mejores espacios públicos, una ciudad que mire a su río y a sus montañas, ahí estaremos para lo que necesite.

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