Opinión

CEP o no CEP

Según la reciente encuesta CEP, la mayoría de las personas no sabe por quién votará (52%). Eduardo Fortes/Aton Chile. EDUARDO FORTES/PHOTOSPORT

La nueva versión de la encuesta CEP trajo preocupantes resultados para el oficialismo. Es cierto que el trabajo de campo se hizo entre marzo y mediados de abril -y ha corrido harta agua bajo el puente-. Es cierto que la mayoría no sabe por quién votará (52%). Pero hay varios datos que, a pesar de aquello, deben llamar la atención del progresismo. Primero, que las posiciones más altas las ocupen “las derechas”; especialmente que el segundo y tercer lugar lo ocupen liderazgos de la llamada derecha populista radical, admiradora de Bukele, Milei, Orban y Trump. También, el hecho de que tanto en esta encuesta como en otras (Criteria), los votantes de ese sector más que doblen a los de la izquierda y la centroizquierda, si todos se suman.

Lo que hay que mirar con aún más detalle son cambios tendenciales más asentados, como la pregunta por cuáles debieran ser las prioridades para el próximo gobierno. Allí, orden y crecimiento lideran con nitidez como primeras prioridades; es más: suben 20 puntos en una década.

Si el progresismo no ofrece una propuesta clara en materia de orden, es muy difícil que pueda poner en valor -o recordar el valor- de lo colectivo, lo que es propio de su proyecto político. Y aquí están los desafíos de un proyecto progresista. Esto es, explicar el sentido de lo común -como parte del más básico sentido común, como dice la filósofa Adela Cortina-, al mismo tiempo que mostrar convicción en materia de orden.

Partamos por la idea de lo colectivo. En el ciclo político anterior habría habido mayor apoyo a la idea de que una sociedad donde cada cual se rasca con sus propias uñas, donde prima el individualismo, no es una sociedad con cimientos fuertes. Pero los vientos de hoy, en Chile y el mundo, soplan en contra. En la CEP, la pregunta por la mayor igualdad de oportunidades entre las personas baja 20 puntos. El gran reto para un liderazgo progresista es cómo les explica a las y los electores que la igualdad de derechos en lo básico es muy importante, y no solo para los más vulnerables. Que todos somos, al fin y al cabo, “comunidades de destino”, como dice la politóloga Margaret Levi. Estamos en el mismo bote, no hay salvataje individual para ninguno de los problemas más serios que enfrentan la humanidad y el país, sean los efectos del cambio climático, sea la disrupción tecnológica, sea la hostilidad y mentiras que inundan las redes sociales, la crisis demográfica o el combate al crimen organizado.

Pero no le basta al progresismo con explicitar la importancia de una solidaridad o fraternidad básica entre quienes componen un país. No tendrá resultado en eso si no muestra convicción y un relato coherente respecto de la necesidad de proveer orden, como piden a gritos la encuesta CEP y las demás.

Es claro: el progresismo debe explicar por qué no puede haber igualdad ninguna si personas en barrios completos no tienen libertad de salir de sus casas. Ser de los países con más temor en el mundo a la delincuencia tiene consecuencias en sí mismo. ¿Cuál es la propuesta de orden? Qué proyecto tiene para contrarrestar o contraponer a las fantasías bukelianas, que se (ad)miran desde aquí, no solo por los candidatos Kast y Kaiser, ¿sino por la mayoría de la ciudadanía?

Eso requiere un cambio de fondo y de tono. Ni populismo ni punitivismo penal, pero tampoco puede competir con propuestas que se vean descremadas, diluidas. Es cierto que quizás lo más importante para proveer orden sean medidas no de corto plazo’: la prevención, la educación, el mejoramiento de los espacios públicos, los lazos comunitarios y la reinserción. Pero eso no basta para tener una oferta robusta. Tampoco la cantidad de leyes que se han aprobado en este gobierno -que serán un legado, sin duda, cuando se vean en perspectiva-, ni los aumentos de presupuestos a las policías, que también son y serán valoradas.

La izquierda especialmente, pero también la centroizquierda, debe despercudirse de lo que parece un complejo con la seguridad, como si no fuera una base fundante de la posibilidad de un mejor destino común. El progresismo parece estar, en la materia, en una eterna y dañina ambivalencia. Pero la CEP es un espejo insoslayable de dónde está el punto ciego de su propuesta.

Mientras estén entre ser o no ser, CEP o no CEP, no podrán aquilatar el impacto de cada acto u omisión en la materia. Esta semana, por ejemplo, que el gobierno le haya quitado urgencia -papelón incluido- al proyecto que define las reglas de uso de la fuerza (RUF) es sintomático de ese vaivén. Sin las RUF no se puede avanzar en que las Fuerzas Armadas colaboren -de alguna manera, por acotada que sea en el espacio y el tiempo- en labores de seguridad con las policías. Algo que alcaldes y gobernadores -incluidos algunos muy progresistas- han pedido, desesperados cuando sus Cesfam y otros espacios públicos se parecen al Far West, a balazo limpio.

No hay igualdad sin orden.

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