Columna de Alfredo Jocelyn-Holt: Las imágenes del estallido



¿Cuántas veces en las últimas semanas, sea por redes sociales o prensa, le han hecho ver fotos de “la marcha más grande de Chile”, la de siete días después del llamado “estallido” del 18-O, desembocando en Plaza Italia? ¿Cuántas de esas veces para, además, contrarrestar esas otras imágenes, las de barricadas, incendios, saqueos, vandalismos al por mayor y, no menos intencionalmente, para neutralizar el “Rechazo” reciente?

Otro tanto ocurre con el “estallido” mismo. Usa uno esa palabra y, de por sí, invoca una imagen que, como todas las imágenes, es evidentemente interesada. Revuelta, rebelión, insurrección, todos aquellos términos a los que uno podría echar mano suponen responsabilidad. Estallido, en cambio, da cuenta de una pura explosión, sin que importe quién estaría detrás de tanta violencia. ¿Al punto de no querer siquiera indagar en serio? En una de éstas, porque lo que es, hasta ahora, nadie ha logrado explicarnos cómo un reventón supuestamente espontáneo produjo la destrucción coincidente de 70 estaciones del Metro, prefiriendo que sociólogos, abogados y filósofos promovieran sus no menos interesadas teorías.

Es tan disimulado referirse a estallidos, incluso, que permite no tener que calificarlos de revolución, término que a agitadores y subversivos complica sobremanera. Piénselo. Las revoluciones suelen dar lugar a contrarrevoluciones igual de brutales. Demasiado prolongadas, invitan explicaciones menos épicas; derivan en traición, decaen y fracasan. Lo que es después de 1989, recuerdan colapsos irremontables. En cambio, hasta el más mínimo desmadre prolonga en la memoria la energía explosiva inicial, como en esas pinturas ambiguas, anarco-futuristas de Boccioni, en que todo se hace pedazos simultáneamente, se detiene el tiempo sin vuelta atrás, y reina el caos para siempre. Nada de extraño, semejante insistencia en el momento germinal aquél, gatilla aun otra imagen, más potente, la de un “Big Bang” hipotético, en que todo lo que sigue se estima aceptable.

Y, desde luego, nada de esto debe tenerse ingenuamente. Ni la revuelta, para comenzar, ni que fuese seguida de una plácida tarde primaveral en familia días después, foto aérea incluida para decirles a los “nietitos” cuando crezcan que también ellos estuvieron ahí, en medio de la celebración del estallido. Si esto no es como andar distinguiendo entre el colesterol bueno y el malo. Ello no obstante, no trate de contrariar a esa gente contándoles a los otros prisioneros de la caverna que se les manipula, y que estas imágenes interesadas no son sino sombras de una realidad más complicada. Lo hace y le darán de probar la cicuta como a Sócrates (cf. Platón, República, VII). Tampoco conviene subestimarlos, el show político y su industria de espectáculos, maestra en efectos especiales, son capaces de todo.

Por Alfredo Jocelyn-Holt, historiador

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