Columna de Álvaro Pezoa: “Errores involuntarios”



“Errores involuntarios” es el eufemismo nacional de moda, acuñado en el gobierno para referirse a la corrupción o, en el mejor de los casos, a la burda negligencia. Respuesta que no es de extrañar, porque, es sabido, los vicios suelen venir acompañados unos con otros. Quien roba prontamente se verá obligado a mentir para ocultar su falta, por ejemplo. Es lógico entonces, aunque al mismo tiempo evidencia una incorrección adicional, que se intente negar la realidad acudiendo a falsedades y expresiones encubridoras.

Desafortunadamente para el oficialismo -y para Chile-, los hechos son elocuentes y reiterados. Durante el año y escasos meses que lleva la actual administración se ha montado en el Estado una trama impúdica de dolo, amiguismo, tráfico de influencias y desatención a los conflictos de intereses. La creación de fundaciones ha constituido uno de los medios utilizados para materializar esta desvergüenza. Los personeros involucrados han resultado lejos más hábiles distrayendo recursos públicos para fines particulares, que llevando a cabo el trabajo que -nominalmente- se les ha encomendado.

Podría ser entendible, hasta cierto punto, que la facción más joven de la coalición gobernante mostrara, por inexperiencia, algunas debilidades en el ejercicio de las funciones públicas. Pero, no por falta de capacidad profesional y, menos todavía, por falta de probidad. Esta última va de la mano con la calidad humana de las personas, y se forja en la niñez, adolescencia y primera juventud. Está bien que, como ha señalado un ministro, se debería otorgar alguna formación básica a quienes van a ejercer por primera vez cargos en el aparato público, pero tener que “partir desde cero” con personas adultas en materia de ética, no parece pensable, posible ni deseable.

Las faltas de moralidad, hasta ahora descubiertas, dejan entrever la existencia de un tinglado mayor para desfalcar desde dentro las arcas fiscales. La extensión y celeridad de la red de contactos movilizada ponen de manifiesto un problema de la máxima gravedad: la carencia de talante ético entre los cuadros políticos de la izquierda en el poder o, aún peor, de la sociedad chilena actual. Cualquiera sea la situación, ninguna de las alternativas mencionadas puede dejar impávida a la nación. En especial, si, como ha acontecido, el rápido desmoronamiento que se está presenciando sigue a un discurso de “impecabilidad” moral cuasi angélica por parte del “lote” político-generacional aludido, qué decir de sus dirigentes hoy al mando del país.

El “doble estándar” abismal existente entre discurso y acción concreta, abre una seria interrogante respecto a la sinceridad de la suerte de “estado de inocencia” que por años el Frente Amplio y sus compañeros de ruta han querido transmitir a la ciudadanía. Las autoridades de gobierno -y también las demás- deberían hacerse cargo y atacar de raíz este cáncer social. Atendido el escenario descrito, puede que ya sea tarde. Y, sobre todo, iluso esperar una auténtica reacción.

Por Álvaro Pezoa, ingeniero comercial y doctor en Filosofía

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