Columna de Antonio Pulgar y Constanza Gumucio: ¿Por qué y para quién desalar agua de mar? Algunas claves

agua desalada


En el último tiempo se ha visibilizado en la opinión pública el interés de fomentar la desalación como medida de mitigación y adaptación al cambio climático. Bajo estas ideas, la escasez hídrica debe ser abordada “aprovechando” las bondades de nuestro extenso borde costero, utilizando este recurso a la mano y sin grandes costos para mitigar el grave déficit hídrico que enfrentamos. Sin embargo, este relato de solución corre el riesgo de replicar las mismas lógicas desarrollistas y extractivas que nos han conducido a la crisis actual del agua.

La experiencia de desalación en Antofagasta nos permite extraer lecciones e insumos para esta discusión. Allí la desalación se instaló con la promesa de mejorar el abastecimiento de agua potable de calidad para la población, eliminando el alto contenido de arsénico, y descomprimir las fuentes de agua continental gravemente degradadas en la región. Sin embargo, algunos impactos que ya se dejan ver en el medio ambiente y en la vida de las personas nos obligan a cuestionar el cómo realizar esta actividad para que efectivamente se generen beneficios y no se produzcan nuevos efectos o se acrecienten los impactos existentes en los ecosistemas y las comunidades donde se ubican las plantas desaladoras.

El estudio “Transición socioecológica justa en Chile: Recomendaciones para la protección de los ecosistemas marino costeros frente a la desalación del agua de mar” (ONG FIMA, 2023) permite reflexionar concretamente sobre el rol de la desalación ante el desafío climático. Esto es de particular relevancia, ya que los ecosistemas marino costeros ya están expuestos a fuertes presiones debido a la contaminación y los efectos de este fenómeno, afectando la seguridad alimentaria de la población, la continuidad de actividades productivas de pequeña escala, como la pesca, y la subsistencia de sistemas de vida que se sustentan en su relación con los ecosistemas costeros.

El desafío es pensar esta actividad en el marco en que se desarrolla: en una crisis ecológica, ambiental y social, con la posibilidad de generar una transición socioecológica justa. Esta transición implica avanzar hacia sociedades más equitativas y resilientes, a través del diálogo social. Ello debe ser a través de la adaptación de las actividades productivas, la inclusión de la equidad de género, territorial e intergeneracional, y observando principios de justicia ambiental y climática.

Si miramos la desalación bajo este prisma, es necesario entonces cuestionar la demanda real de agua desalada: para qué desalar agua de mar, cuáles son las escalas en que se desarrolla y los lugares donde se emplaza. Esta reflexión es esencial para prevenir la generación de impactos en los sistemas socioecológicos y de repartir de manera equitativa sus cargas y beneficios. La desalación como medida frente a la escasez hídrica, solo es posible si se planifica como solución que no acreciente otras problemáticas, como la contaminación por consumo de energía o la degradación de los ecosistemas marino costeros locales, las que se presentan como la principal consecuencia para las comunidades biológicas que habitan las costas de nuestro país.

Urge entonces sumar estos puntos a la discusión, los cuales son levantados a partir de la experiencia y diálogos sostenidos con habitantes de los territorios, cuya experiencia y conocimiento constituyen lecciones esenciales a rescatar para esta discusión.

Por Antonio Pulgar, coordinador del equipo de estudios en la Fiscalía del Medio Ambiente (ONG FIMA) y Constanza Gumucio, abogada del Área de Estudios en ONG FIMA

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