Columna de Camilo Feres: Refundación en la medida de lo posible

Valparaiso, 1 de junio de 2022. El Presidente Gabriel Boric realiza su primera cuenta publica en el salon plenario del Congreso. Andres Pina/Aton Chile

La tensión -o esperanza- de las tribus oficialistas se ha desplazado a la penúltima cuenta pública presidencial, tal vez el último acto solemne en el que Boric tendrá la oportunidad de calibrar la multiplicidad de almas que componen su base de apoyo.



Cambios, giros, volteretas o metamorfosis. Izquierdas y derechas coinciden en la crítica al Presidente por lo que, consideran, es una falta de coherencia en su corta y ascendente carrera política. La crítica ha vuelto con fuerza estas semanas y Boric salió a aclarar lo que para muchos es una obviedad: no es lo mismo ser activista que ser Presidente.

Y es que precisamente por obvio a veces se olvida: un activista no arregla los problemas, los crea.

Los movimientos sociales problematizan la realidad, su misión es imprimir sentido de urgencia a las causas que enarbolan haciendo que éstas escalen en el listado de prioridades de lo público. Lo suyo no es la generación de políticas públicas que resuelvan los problemas -ni la construcción de acuerdos que las viabilicen-, sino el despliegue de estrategias para visibilizarlos y convertirlos en urgencias.

Es la política la que debe procesar esas urgencias y convertirlas en decisiones socialmente vinculantes y en ese camino, las consignas y eslóganes son modulados por la prosaica y pedestre realidad. Pero este juego de roles entre el activismo y la política ha cobrado en este ciclo un morbo particular ya que no han sido los temas, sino los actores los que han pasado de la calle a la Moneda.

Lo que estamos presenciando es, por lo tanto, la transformación del activista en político y aunque este proceso lleva ya un buen tiempo produciéndose, ha cobrado una cierta irreversibilidad en las últimas semanas. Entre la agenda de seguridad; el respaldo al General Director de Carabineros; la desconocida al perro matapacos y la ley corta de isapres, lo que hasta ahora se contaba como decisiones y declaraciones aisladas e inconexas ha cobrado una cierta contundencia y asoma como sello de gobierno.

Ante esto las audiencias oficialistas se debaten entre la decepción, la negación y la resignación. Los primeros lideran la crítica y el desembarco, entre ellos abunda la autoconfirmación del tipo “siempre lo supe”; los segundos toman distancia, apagan la tele, se aferran a algunas señales que les permitan seguir creyendo e identifican en ciertas figuras “afuerinas” el secuestro de lo que otrora era su gobierno. Los terceros, en tanto, se ajustan y reafirman apuntando a que el giro es meramente táctico… “No hemos cambiado la orientación sino solo los instrumentos”.

Así las cosas, la tensión -o esperanza- de las tribus oficialistas se ha desplazado a la penúltima cuenta pública presidencial, tal vez el último acto solemne en el que Boric tendrá la oportunidad de calibrar la multiplicidad de almas que componen su base de apoyo. Aunque faltan semanas, el discurso ya se ha asomado como campo de batalla entre quienes pretenden abrochar el giro hacia el pragmatismo de forma definitiva y quienes quieren mandar mensajes de vigencia (o sobrevida) de los ideales de la refundación.

Los primeros buscarán un discurso basado en logros concretos que, dado que se dan en áreas que no formaban parte de la oferta de sentido del gobierno en sus inicios, es prueba suficiente de su poder y hegemonía. Los segundos intentarán convertir en logro la inclusión de empolvadas promesas de campaña, incluso si éstas se alejan de la profundidad y radicalidad con las que fueron originalmente formuladas. Algo así como una refundación en la medida de lo posible, que no es perfecta más se acerca… como dice la canción.

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