Columna de Carlos Meléndez: ¿El turno de la derecha?



En ocasión anterior llamaba la atención sobre cómo la izquierda, que había llegado al poder como parte de la “ola rosa” del último ciclo electoral latinoamericano, ha acumulado más costos que beneficios una vez en el poder. Ya es de sobra conocido que, en tiempos de desafección, el partido gobernante es el principal catalizador de la bronca ciudadana contra el establishment. Aquellos que pueden proyectar la imagen de un enemigo real y/o mostrar eficiencias emblemáticas en la gestión, pueden soñar con la continuidad de sus proyectos políticos. Ello, empero, no parece ser el caso de la izquierda del vecindario. En Bolivia (con el MAS fracturado), en Argentina (el peor enemigo de un peronista es otro peronista) y en Perú (Dina Boluarte es catalogada como “traidora”), la izquierda está más cerca de la salida que de la ratificación. Aunque en Chile el gobierno bicoalicional no ha llegado (aún) a un divisionismo artero, la reelección es hoy más utópica que cualquier divisa revolucionaria.

Al mal momento de estas izquierdas en el poder, se suma la visibilidad de una agenda política en la que prevalece el tema de la seguridad pública, lo cual podría situar a la derecha en condiciones de retornar a los sillones palaciegos. La inseguridad ciudadana aparece como uno de los asuntos de mayor preocupación en toda América Latina, en algunos países compitiéndole a las necesidades económicas. En Chile, Perú y Ecuador la violencia criminal y el narcotráfico copa los noticiarios, desplazando incluso a los episodios de inestabilidad política. Esta escalada favorece que políticos de derecha -con más credibilidad que sus rivales ideológicos en la materia- retomen el planteamiento de “mano dura”, que combina una suerte de autoritarismo social y conservadurismo (antiinmigrante, la mayoría de las veces). Así, los perdedores de la batalla cultural de la segunda década del siglo (cuando se impusieron derechos de sectores identitarios excluidos), tienen la posibilidad de reinventarse y empaquetar sus valores de siempre (xenofobia, autoritarismo) en la carta de la urgencia y la premura.

Sin embargo, no es tan sencillo como el “quítate tú” (izquierda) “para ponerme yo” (derecha). Las alternativas de la derecha convencional en la región no han logrado construir liderazgos que cautiven. En Argentina, Mauricio Macri (quien ha dado un paso al costado de la lid electoral) ha terminado confrontado con quien se decía su delfín, Horacio Rodríguez Larreta, jefe de gobierno de Buenos Aires. Por carambola, la nominación del campo de derecha podría recaer en alguna figura menor (Patricia Bullrich o María Eugenia Vidal). En Bolivia, con el cruceño Luis Fernando Camacho neutralizado -por una “detención preventiva” en su contra, desde diciembre pasado-, no asoman alternativas diestras en el espectro ideológico (¿acaso Rodrigo Paz, hijo del expresidente Paz Zamora?). En Perú, el fujimorismo sigue atrapado en investigaciones judiciales y desprestigio ante la opinión pública. Entonces, ¿será el momento para derechistas radicales, como el argentino Javier Milei y el peruano Rafael López Aliaga? La probabilidad de éxito de estos últimos dependerá no solo de la polarización política, sino también de una fragmentación electoral que les permita ser cuantitativamente relevantes.

Por Carlos Meléndez, académico UDP y COES

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