Columna de Carlos Meléndez: La maldita primavera (democrática)
Evolucionar de un momentum destituyente a uno constituyente no es tarea sencilla. No se trata, como voluntaristamente se sostenía, de convocar a un proceso de elaboración de una Carta Fundamental que, automáticamente, procese un amplio pacto social. En un momentum destituyente, las sociedades solo saben lo que no quieren, pero no reconocen lo que quieren. Para conseguir esto último, urgen de clases políticas que elaboren proyectos colectivos en los que se reconozcan las mayorías, ya sea por el atajo de liderazgos caudillistas que imponen sus constituciones hechas a medida (como Fujimori en Perú en 1993, Chávez en Venezuela en 1999) o por la negociación de concesiones programáticas (como Colombia en 1991). Ante un sistema de coaliciones partidarias (viejas y nuevas) que se encuentran endémicamente desconectadas de la arena social, la sociedad chilena echó de menos liderazgos que condujeran la primera vuelta constitucional en un resultado exitoso. Lamentablemente, nada garantiza que cambien los factores que conduzcan un segundo round constitucional distinto.
Chile corre el riesgo de estar atrapado en un espiral de repeticiones sin resolución en el horizonte. La historia empieza con núcleos de jóvenes, críticos de la oferta política, que evaden las estaciones de Metro, toman las alamedas de la ciudad y convocan movilizaciones con demandas que lucen justas en un país de desigualdades crónicas. Inmediatamente, la renovada dirigencia política se enamora a prisa y al despertar se convierten en poetas de la primavera democrática. Convocan amplios acuerdos en nombre de valores políticamente correctos que se elevan a una altura moral tan inalcanzable como, al final, fallida. Pues las mayorías silenciosas -esas que votan pero no marchan- hacen despertar del ensueño. Aquellos que se encuentran en el campo anti-establishment exigen dejar el lugar marginal y establecer sus preferencias ideológicas, valóricas e identitarias como el canon. Para legitimarse -según su relato-, estos antipartidarios emplazan al resto de la sociedad, incluyendo a los apartidarios, aquellas masas que no están “ni ahí” con la política, que voluntariamente ni la rechazan ni la aprueban. Pero que, movilizados forzosamente a las urnas, terminan imponiendo su indiferencia, sin importar las consecuencias.
Las primaveras democráticas antipartidarias normalmente terminan en crueles inviernos apartidarios. Se equivocan quienes creen que ha ganado la moderación en el primer plebiscito de salida (más aún quienes consideran triunfante a la derecha), pues lo que se ha impuesto en las mesas electorales es la indiferencia traducida en rechazo, no solo a una Carta Magna propuesta, sino también al populismo predominante en la cultura política chilena de los últimos años. Sin aprendizaje a la vista, presos de la corrección política y de la soberbia callejera (aun luego de la derrota), del verso demagógico que a estas alturas parece un tic nervioso, la clase política en el poder parece condenada a repetir cíclicamente los mismos errores. Así que estemos preparados. Volverás, maldita primavera democrática.
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