Columna de Carlos Meléndez: La prefiero compartida



Cuando se inició el romance entre la nueva trova política -hoy en el poder- y la ciudadanía chilena, se prometió un pacto matrimonial sustentado en una Constitución que destituyera el compromiso anterior, originado en una imposición dictatorial. La promesa era lírica: una Carta Fundamental producto del diálogo y de un encuentro pluralista, participativo y “desde abajo”, paritario y reivindicativo de las minorías largamente postergadas. Mas, a días de ir a las urnas para aceptar (o rechazar) la unión, el Presidente Gabriel Boric, forzado por las circunstancias, ha tenido que aceptar que el resultado constituyente -tanto proceso como Carta- dista de aquel ofrecimiento y ha cedido discursivamente a la alternativa de “aprobar para reformar”. Si bien el desenlace del venidero 4 de septiembre es aún incierto, los votos de Rechazo serían suficientes como para romper el idilio. Así, el Presidente-trovador, que nos regala versos a diestra y siniestra, se olvidó de compartirnos el más inmolado y cruel que puede profesar un hombre enamorado, dispuesto a cualquier cosa antes que vaciar su vida: la prefiere compartida.

La soberbia del joven -tan peligrosa como la del poderoso circunstancial (imagínese la combinación)- hizo creer a los inquilinos de La Moneda en la capacidad de una nueva Constitución con una necesidad y un imperativo moral, como resultado automático de una sociedad movilizada por la desigualdad y la exclusión (económicas, sociales, étnicas y de género). Imaginaron al plebiscito como un penal sin arquero. Pero, por su propia naturaleza, los referéndums son ejercicios binarios, donde no hay terceras vías ni enmiendas, y cualquier matiz puede hacer saltar a los sufragantes de un lado al opuesto, sin demasiado esfuerzo. Además, los resultados de los últimos procesos electorales han roto todos los esquemas y han demostrado que nadie sabe al día siguiente lo que hará el votante chileno. Mientras la silueta constitucional se desdibuja como promesa (ganada por el revanchismo antipartidario y la frivolidad mediatizada de algunos constituyentes), el gobierno de Boric empezaba a temer mucho la respuesta del Rechazo.

Afortunadamente, todavía quedan restos de humildad en La Moneda. Atrapados en la dicotomía del Apruebo/Rechazo, ensayan una salida reformista que no convence, por el clima de desconfianza mutua que domina en el país entre izquierda y derecha, jóvenes y mayores, políticos e independientes. Cualquiera que sea el resultado, el próximo 5 de septiembre continuará el proceso constituyente y requerirá dejar atrás las imposiciones del statu quo (Rechazo 2020, Rechazo 2022) y de la superioridad moral (Apruebo 2020, Apruebo 2022). El sector destituyente de la sociedad chilena (Apruebo 2020, Rechazo 2022) se ha convertido en el actor dirimente, una suerte de veto player lo suficientemente anti-establishment como para no inclinarse por ninguna de las dos opciones (la del establishment caduco ni la del establishment renovado, pero élite al fin y al cabo). Como vemos, las salidas no son tan fáciles para una sociedad que ha resultado ser más violenta que tierna y que no habla de uniones eternas.

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