Columna de César Barros: La inutilidad de las acusaciones a ministros



Cuando era niño (año 1955) gobernaba don Carlos Ibáñez, y en uno de sus múltiples cambios ministeriales, dos de mis tíos maternos llegaron a los ministerios del Interior y al de Tierras y Colonización. Ese mismo año se celebraba en Hungría, Polonia o Rumania, un “Congreso por La Paz Mundial”, o algo así, auspiciado por la URSS y por los partidos comunistas del globo. De Chile irían Volodia, Corvalán y otros próceres del PC chileno, y el general no quería que fueran: “vuelven con ideas nefastas a revolverla”. Y le ordenó al director de Investigaciones que demorara el otorgamiento de sus pasaportes, de tal manera que cuando se los dieron el famoso Congreso ya había terminado. Y claro, acusaron al ministro del Interior (mi tío) por atropellar derechos fundamentales de ciudadanos intachables en base a “permisología”.

La mayoría de los partidos -de izquierda y derecha- estaban en la oposición a Ibáñez, así que la acusación iba cantada. Frei le prometió su apoyo, pero durante la votación... fue al baño. Mi tío se salvó gracias a los votos de Eduardo Moore (su primo) y de Francisco Bulnes (compañero de colegio). Después -ya mayorcito- vi las infinitas acusaciones a los ministros de Allende. Entraban, salían y se “enrocaban”. La oposición gozaba con sus “victorias”, pero la inflación seguía igual, las colas también, para que decir las tomas, marchas y contramarchas. Los cambios de ministros servían solo para encrisparse y para denostarse mutuamente en el Congreso. Tampoco cambiaban las votaciones, menos aún el aprecio ciudadano hacia ellos. Gallitos inútiles, mientras Chile caminaba hacia el abismo.

Luego en democracia, recuerdo cuando la derecha botó a Yasna. Y Yasna se vengó con esteroides. Y la izquierda botó a Beyer y trató con Raúl Figueroa, inocentes de cualquier culpa, en particular el último, al que acusaron por traer a los niños antes a clase, cosa que hoy todos reconocen que era lo correcto. Cambiamos de ministros de Educación a cada rato, y la educación pública sigue donde mismo, y empeorando. Ahora quisieron sacar a Ávila (¿pensaron que Boric pondría a uno mejor?). Y se salvó por errores de la oposición más dura. Ahora quieren la cabeza de Jackson, y solo lo afirmaron en su puesto. Otra derrota opositora evidente.

La gente de a pie ve estas acusaciones (como con Ibáñez, Allende, Bachelet o Piñera) sin entender porque los partidos políticos lo hacen. La última encuesta CEP les muestra a los parlamentarios y partidos el poco aprecio que les tienen los chilenos: el desprecio por sus conflictos artificiales. Y por eso prefieren a los alcaldes, más cercanos y menos conflictivos; y ven con sorpresa “al Stingo republicano”.

Las acusaciones a ministros debieran estar reguladas y atenerse a verdaderos delitos, demostrables frente al Poder Judicial, y no a “gallitos” adolescentes, sin efectos reales. Solo crispan la amistad cívica, factor básico de una democracia, y le hacen la pega más difícil a Boric, que ya la tiene cuesta arriba, sin mayorías verdaderas en ninguna parte. Las acusaciones en general -antes y ahora- no parecen ser actitudes de adultos, sino más bien de niños vengativos, y por eso son muy impopulares. Y si no lo creen, miren la encuesta CEP.

Por César Barros, economista

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