Columna de Daniel Matamala: Follow the money

Hoy en Argentina se efectuará la primera asamblea de la Corporación Juntos 2030, para la candidatura sudamericana al Mundial de Fútbol.


Se supone que éramos socios.

“Juntos”, era el lema de la candidatura de Argentina, Chile, Paraguay y Uruguay para el Mundial de 2030.

Era una cuestión de Estado. En 2019, los presidentes de los cuatro países lo anunciaron en la cumbre de Mercosur. Y Chile se sumó con el entusiasmo del niño mateo del grupo: cada año, la Ley de Presupuestos destinó dinero fiscal a la candidatura. La dirección ejecutiva se instaló en Santiago, a cargo del chileno Michael Boys. Los ministros de Deportes de los cuatro países hicieron el lanzamiento oficial, y para los próximos días estaba prevista una cumbre en Santiago, encabezada por el presidente Boric.

Este martes, en el Go Latam Summit, Boys y el presidente de la Federación Chilena de Fútbol y de la ANFP, Pablo Milad, expusieron la candidatura para toda Latinoamérica.

No sabían que, apenas horas después, quedarían en ridículo ante el mundo. Ya en junio, la FIFA había ofrecido a Argentina un partido del Mundial, como premio de consuelo ante una realidad inocultable: la candidatura sudamericana estaba muerta. El torneo sería entregado a España, junto a Portugal y Marruecos. 2022 había sido de Qatar. 2026, de Estados Unidos, junto a México y Canadá. Y para 2034 asoma Arabia Saudita.

Follow the money: dólares, euros y petrodólares. Ese es el lenguaje que habla la FIFA, una organización corrupta hasta la médula. ¿Pesos argentinos, chilenos y uruguayos, más guaraníes paraguayos? C’mon, be serious.

Con Argentina sumida en el caos económico, y con tres socios insignificantes desde el punto de vista global, el derrumbe de la candidatura sudamericana era predecible.

Pero la humillación infligida a Chile fue gratuita. Mientras Milad, Boys y el ministro de Deportes Jaime Pizarro hacían el loco (“esperamos avanzar con mucho éxito”, declaraba Pizarro hace dos semanas), se multiplicaban las reuniones secretas para amarrar el negocio. Argentina, Paraguay y Uruguay recibirían las migajas del banquete: un partido en cada país, y la clasificación por secretaría de sus selecciones al Mundial.

Además, se les permitió armar una fiesta patética para celebrar la derrota. Bailando en Twitter, el presidente de la Confederación Sudamericana, la Conmebol, anunció que “sale otro bailecito porque se viene algo mundial”. Minutos después compareció en Asunción junto a nuestros “socios”: los presidentes de las federaciones argentina, paraguaya y uruguaya.

A esas alturas ya todos sabían. Los 37 miembros del Consejo de la FIFA, entre ellos representantes de Ecuador y Colombia, habían visado el negocio. Futbolistas y políticos argentinos también habían sido informados.

Todos, menos Chile. La ANFP no tenía idea. El gobierno chileno se enteró por la prensa.

Si la humillación ya era incalculable, las declaraciones de los engañados se rebajaron a la indignidad. Milad se limitó a “lamentar” lo ocurrido, y Boys filosofó que “no es que Chile sea excluido, sino que se establece un nuevo formato”. Nadie asumió la responsabilidad. Nadie renunció a su cargo.

Boys lleva 14 años trabajando para la FIFA, y Milad recibe 20 mil dólares mensuales como vicepresidente de la Conmebol (esa es la cifra que se sabe públicamente, al menos). En la absoluta falta de reacción, en que no les importe ser los rostros de una humillación histórica para nuestro país, demostraron dónde están sus lealtades. Y no están con Chile.

“Creo que esto no se trata de una persona, esto se trata de un gobierno, porque estamos postulando por un gobierno”, señaló Milad. El gobierno, una vez más, sí es responsable de ingenuidad y falta de gestión. El presidente Boric es un entusiasta de los libros y del fútbol. Pero las gestiones sobre los eventos más relevantes de cada ámbito han terminado en bochornos: la Feria del Libro de Frankfurt y el Mundial de 2030. Un crudo recordatorio de que no basta el entusiasmo para gobernar: se requiere talento, oficio y gestiones que parecen fuera del alcance de La Moneda.

Pero Milad fue más allá. Su entorno filtró una teoría a los medios de comunicación: este fue un castigo de la FIFA por las intenciones del gobierno y del Congreso de modificar la ley de sociedades anónimas deportivas, suprimir la presencia de representantes de jugadores en la propiedad de los clubes, y reformar la Federación de Fútbol.

A ello se suma el oficio del ministerio de Justicia y el fallo de la Corte Suprema que ratifican la ilegalidad de las casas de apuestas online, los nuevos socios comerciales favoritos de la ANFP y de las sociedades anónimas que controlan los clubes.

De nuevo: follow the money. Con escasas excepciones, el fútbol chileno está en manos de propietarios que succionan el dinero de la selección, la televisión y las apuestas. No construyeron el negocio, no lo han desarrollado ni lo han hecho crecer. La palabra “empresarios” les queda grande.

Son apenas rentistas, okupas a cargo del fútbol, que ahora usan este papelón para impedir que se cumpla la ley. Pretenden consolidar un Estado dentro del Estado, con las manos libres para recibir dinero de empresas que operan fuera de la legalidad.

Gastos públicos, ganancias privadas. El Estado construye estadios, ellos los usan. Si no pueden controlar la seguridad en sus eventos, es culpa del Estado. Si la justicia los investiga por negocios irregulares, es culpa del Estado. Si sus “socios” los dejan en la estacada, si sus amigos y compinches les propinan un ridículo mundial… sí, también es culpa del Estado.

La clase política ya cometió el error de regalarles la actividad con la Ley de Sociedades Anónimas Deportivas, a cambio de supuestas inversiones que harían crecer al fútbol chileno.

Ellos no cumplieron su parte del trato. Ahora, lo mínimo es que el Estado regule sus negocios y los obligue a cumplir la ley. Este bochorno no puede ser la excusa para extenderles una patente de corso.

Nos acaban de demostrar, por si quedaba alguna duda, su incompetencia, además de su falta de dignidad y de compromiso con su país.

Que paguen por ello. En el único lugar en que les duele: en sus bolsillos.

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