Columna de Daniel Matamala: Reset

Jaime Mañalich llega al Palacio de La Moneda el viernes 12 de junio. 24 horas después renunciaría a su cargo en el Ministerio de Salud.


Durante su año de gestión como ministro, Jaime Mañalich se ufanó en comparaciones que ponían a Chile en la pole position de un imaginario campeonato mundial. “Nuestro sistema de salud es uno de los mejores y más eficientes del planeta”, dijo en noviembre del año pasado. “Somos de los países con una de las tasas de letalidad más bajas del mundo”, decía en abril, ya en medio de la pandemia. Mientras, La Moneda filtraba una exitista minuta comparativa llamada “Coronavirus: Chile versus Argentina”.

Al momento de renunciar al cargo, Mañalich deja a Chile como primero del mundo, sí. Pero lo hace en una estadística que jamás hubiéramos querido liderar: primeros en muertes diarias (11,61 por millón de habitantes, contra 6,04 de Perú y 4,28 de Brasil). Y, además, segundos en casos diarios, solo después de Qatar (353,31 por millón de habitantes, contra 180 de Perú y 122 de Brasil).

Los datos de los diferentes países son discutibles y poco confiables. De hecho, sabemos que estas cifras (las públicamente conocidas en Chile) son menores a las que el mismo país comunica bajo reserva a la OMS. Pero deben iluminar lo fundamental: así como antes nos horrorizamos viendo lo que ocurría en Wuhan, Lombardía, España, Brasil o Nueva York, hoy Santiago es uno de los principales focos mundiales de la pandemia. Basta de minimizar esta tragedia. El vocero de la Sociedad Chilena de Medicina Intensiva plantea que ante la falta de camas críticas, “queda la opción de derivar afuera. A Argentina, que afortunadamente para nosotros está en mejor situación”.

Si el argumento para postergar las cuarentenas fue “salvar la economía”, también aquí el fracaso es resonante. Se han perdido casi dos millones de empleos, y los chilenos que han dejado de recibir un sueldo con el cual sustentar a sus familias ya son cerca de dos millones y medio.

Se están perdiendo vidas y trabajos a un ritmo aterrador.

La enumeración de los errores que nos llevaron hasta aquí ya se ha hecho, en este espacio, en diversos reportajes y por múltiples especialistas. Se inventaron cuarentenas dinámicas, intentando segregar con un fino bisturí una metrópolis interconectada como Santiago. Se dieron falsas seguridades a la población. Se descalificó y atacó a las voces críticas. Se desestimaron las recomendaciones de los expertos del consejo asesor. Se ignoraron las condiciones sociales de la población más vulnerable.

El resultado es que pasado mañana el Gran Santiago cumple un mes de cuarentena total. Algunos barrios se acercan a los tres meses de confinamiento casi ininterrumpido. Pero las cifras de contagios y muertes suben y suben.

La estrategia fracasó. Y ahora que asume un nuevo ministro, es una oportunidad única para apretar reset y partir de cero.

Partir de cero, con cinco mil chilenos menos. Pero no queda otra opción.

Después de una gestión que entendió el combate a la pandemia como una guerra personal, con amigos y enemigos, Enrique Paris puede restablecer las confianzas perdidas y convertir este desastre en una cruzada, no de un hombre, sino de una sociedad completa.

El juego con las estadísticas oficiales, hasta volverlas imposibles de seguir o creer, dinamitó el activo básico en esta emergencia: la confianza. Desde marzo, The Economist, The New York Times y el Financial Times advertían de subreportes en varios países. En vez de trabajar por subsanarlo, el gobierno chileno lo negó. “Nosotros no tenemos un exceso de muertes no explicadas”, decía hace un mes Mañalich. Ahora, su caída se gatilla por la revelación de que el Estado de Chile llevaba dos estadísticas paralelas: una, que informa públicamente, cuenta 3.101 fallecidos; la otra, que se envía reservadamente a la OMS, cifraba ya hace días ese número por encima de los 5.000.

Es el momento de transparentar todos los datos que la comunidad científica viene pidiendo desde marzo; de aceptar el ofrecimiento de las universidades Católica y de Chile para generar indicadores confiables, y de implementar de una vez por todas las recomendaciones del consejo asesor sobre conteo de víctimas, contagios y períodos de cuarentena.

Y es el momento de dejar el falso exitismo con que se ha disfrazado la realidad ante los chilenos. Hace 103 días, cuando se anunció el primer caso de coronavirus, el Presidente Piñera aseguró que “estamos preparados para impedir que esto se propague y, por lo tanto, que los casos sean casos aislados”. Mañalich garantizó que “cualquier persona que necesite un ventilador, lo va a tener. Es una promesa”. Hace tres semanas, aún decía que “no vamos a enfrentarnos” al dilema de la “última cama”.

¿Cómo les pedimos a los chilenos que se comporten con la responsabilidad de adultos, si el gobierno los trata como a niños?

También debe llegar, de una vez por todas, el auxilio económico que los chilenos vulnerables necesitan para quedarse en casa: al menos el equivalente a la línea de extrema pobreza por persona. Y, tal como ha pedido con creciente alarma el consejo asesor, implementar un ejército de funcionarios para trazar los contagios y aislar en residencias sanitarias a los infectados.

Con esas políticas públicas en marcha, se podría anunciar el inicio de una cuarentena real, ahora sin excusas ni laxitudes, fiscalizada con rigor y con castigos severos para los irresponsables que la incumplan.

El último informe de Espacio Público, el centro que ha adelantado con precisión el avance de la pandemia, advierte que vienen “varias semanas con miles de muertos (…), desatando una crisis humanitaria inédita en la historia del país”.

El nuevo ministro Paris tiene una oportunidad única para apretar el botón de reset y convocar a la sociedad completa para que evitemos -todos juntos- que esta catástrofe se siga extendiendo.

Miles de vidas dependen de que lo logremos.

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