Columna de Diana Aurenque: El péndulo político como nerviosismo crónico



Una de las metáforas más empleadas para describir los vaivenes políticos electorales chilenos -pasar de una Convención Constitucional mayoritariamente de izquierda a otra donde se privilegia a la extrema derecha- es la del “péndulo político”. Pero, más allá del caso nacional, la metáfora está también asociada a la situación política de países como Ecuador, Brasil, Argentina, Estados Unidos, etc.

Aquí, el análisis psicopolítico de Peter Sloterdijk puede ser iluminador. De acuerdo con el filósofo, las sociedades contemporáneas se hallan raptadas por un nerviosismo crónico que condiciona la política. Millones de individuos altamente heterogéneos se movilizan no tanto por ideologías políticas, sino por una activación emocional y reactiva -p. ej. desde la ira, el resentimiento o también el miedo. Así, se trata de grupos volátiles y muy influenciables por los medios de comunicación: “Los medios de comunicación masivos modernos producen directamente las poblaciones” en cuanto le dan “existencia a estos grandes grupos políticos como comunidades temáticas de excitación”. Si, p. ej., los medios más influyentes de un país informan de continuo y transversalmente sobre el incremento de la delincuencia e inseguridad, no sorprende que aumente la sensación de temor. Menos puede extrañar que las preferencias políticas tiendan a simpatizar con quienes prometan soluciones eficaces a estos temas. Pero, además, seguramente se privilegian a quienes mejor dramaticen esos miedos -mientras mayor sea la “campaña del terror”, mayor será también la ideación de un enemigo común frente al que accionar.

Según Sloterdijk, en su conferencia La fuerte razón para estar juntos, se “fuerzan relaciones de comunicación muy acaloradas, histeroides y casi de pánico”, para así, “hacer de una población, que siempre ha estado dividida y diferenciada de muchas formas, un seudotodo que vibre en temas e inquietudes comunes (…) solo mediante la agitación permanente del día a día pueden integrarse, en la dimensión telecomunicativa, los grandes cuerpos políticos modernos del tipo Estado nación”. Esta estrategia es capitalizada -con o sin querer- especialmente por los sectores más extremos. Indistintamente de lo opuestas que sean las fuerzas políticas en cuestión -sean de extrema derecha o de izquierda progresista- ambas se nutren estratégicamente de una activación emocional, y bajo la clave moral “amigo” (bueno), “enemigo” (malo), para capturar votantes.

¿Cómo salir del péndulo maniqueo que parte el mundo (neurótica o ilusoriamente) entre “amigos” y “enemigos”? ¿Cómo reunirnos en torno a fines políticos estables y fundamentales (como lo es redactar una nueva Constitución)? Quizás partiendo por advertir aquel nerviosismo crónico del que hoy padece y que propicia el ascenso de políticas hostiles e intransigentes, para comenzar a identificar y reconocer las amenazas urgentes y realmente “enemigas” que nos afectan a todos (p. ej. la crisis climática y ecológica) -y por tanto, nos congregan.

Por Diana Aurenque, filosofa Universidad de Santiago de Chile

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