Columna de Diana Aurenque: La imposible seguridad y el desajuste institucional
Es cierto que existen buenas razones para que la ciudadanía le demande al Estado mayor protección (lo indica la última encuesta del CEP). No obstante, reducir todos los asuntos políticos a problemáticas de este tipo, si bien puede tener rendimiento electoral, es un arma de doble filo. Pues se enmascara y agudiza la verdadera fractura política que atravesamos planetariamente: el desajuste entre la seguridad que puede ofrecer una institucionalidad política anticuada y las demandas del siglo XXI.
Como indica Ulrich Beck en La sociedad del riesgo mundial (2007), pese a que vivimos en sociedades objetivamente hablando menos amenazantes que, por ej. en la Edad Media, las sociedades modernas se autoperciben más inseguras. Con la escenificación del riesgo en los medios de comunicación -peligro de un asalto u homicidio- se nos sitúa en un presente modelado por una noción abstracta de riesgo. En el pasado había más catástrofe y calamidades que hoy, pero menos riesgos. Las tragedias, al no poder ser previstas, eran asumidas como “azotes del destino”; eventos causados por fuerzas externas (dioses o naturaleza). Con la industrialización surge un ordenamiento de las instituciones políticas que, mediante reglas, prometían asegurar y resguardar a la población de los riesgos que generaba justamente la vida industrial. Con ello, las amenazas dejan de ser eventos desafortunados, sino que son resultados de una decisión, posibles de prever y controlar.
Así, la sociedad moderna deviene en una “sociedad del riesgo” (Beck); obsesionada por la seguridad y donde el miedo condiciona el presente: “El riesgo adquiere un nuevo carácter porque parte de las condiciones de su cálculo y procesamiento institucional fallan”. Beck sostiene que aquellas fallas le son inherentes: “la sociedad moderna enferma no de sus derrotas sino de sus victorias”. Por ej. es gracias a los logros de la medicina que aumenta la esperanza de vida, pero con ello fracasan también los sistemas de pensiones. En otro respecto, podríamos decir que gracias al avance de las tecnologías de comunicación estamos más conectados que nunca, a la vez que aumenta el aislamiento y sensación de soledad en los más jóvenes.
Los éxitos de la modernización han conllevado al aseguramiento de la vida en torno al empleo y la actividad económica, fomentando el consumo de diversos bienes y servicios, pero sin contrarrestar sus efectos negativos. La desigualdad o el aumento del narcotráfico son ejemplos de ello. Y este último no debe solo ser abordado punitivamente; más bien se trata de reconocerlo como un “ecosistema” (Robert Muggah) propio, en medio de la vida cotidiana y organizado en la misma clave de consumo y rendimiento económico, pero ilegal. ¿No será tiempo de que, en vez de prometer lo imposible, nos aboquemos a atacar las causas del aumento en la demanda de drogas ilícitas?, ¿reconocer que la gran tarea pendiente de la política actual no es solo resguardar el orden y la seguridad, sino pensar en nuevas formas de trabajo, con mejores condiciones y salarios, que aseguren contar con lo más valioso de nuestras vidas, el tiempo?
Por Diana Aurenque, filósofa Universidad de Santiago de Chile