Columna de Diana Aurenque: ¿Rechazo tramposo o apruebo dogmático?

Bloomberg: Caótica convención en Chile logra una Constitución “razonable”


Por Diana Aurenque, directora del Departamento de Filosofía Usach

Mientras que el trabajo de la Convención avanza a una nueva e importante fase, el debate en torno a ella parece tristemente estancado en categorías maniqueas -“#apruebodesalida” o “#rechazodesalida”. Pese a andar por polos opuestos, hay algo llamativamente común y oracular: adherentes y críticos coinciden en que debemos comprometernos en una acción, sin conocer aún el texto constitucional final.

Y si bien ambas posturas, por opuestas que sean, manifiestan expresamente un dogmatismo insólito -por cierto, muy preocupante cuando se trata de acciones políticas-, parece aún más inconsecuente en el caso del “apruebodesalida”. Porque declararse triunfante, antes de ser genuinamente validado por el escrutinio público, la deliberación democrática y autónoma de las personas, va en sentido contrario de lo que buscan recuperar los artículos novedosos y progresistas de la nueva Constitución: el reconocimiento de la dignidad de las personas y comunidades, y del respeto a la pluralidad bajo un paraguas amplio y común de garantías sociales estatales.

Extraña paradoja: para terminar con la Constitución del 80, ser libres de una ordenanza antidemocrática e impuesta en dictadura, debemos renunciar a pensarla, evaluarla y/o decidir por medio del propio juicio, si aprobamos o no. ¿Realmente era eso lo que queríamos al exigir una Constitución paritaria, con escaños reservados y con participación de independientes? ¿No queríamos, acaso, restringir la participación de la clase política tradicional justamente para evitar que propusieran, sin nosotros, el nuevo trato y el nuevo Chile?

Al otro extremo, la opción “rechazodesalida” también es problemática. No solo comparte el subtexto dogmático anterior, pero, además, es doblemente tramposo: por un lado, porque es falaz. Quienes abogan por el Rechazo, al pronosticar la hecatombe de aceptarse la nueva Carta, argumentan bajo un falso dilema: moralizan las dos opciones como una lucha entre el bien y el mal; la salvación (rechazar) y la hecatombe (aprobar). Pero, además, y más grave aún, la opción esconde una gran estafa. Pues quienes se concentran en sembrar miedos a través de falsedades (“expropiación de fondos”, fin de la “igualdad ante la ley”, etc.), lo que buscan es desviar la atención del propósito mandatorio del proceso Constituyente -redactar una nueva Constitución que tenga legitimidad-, porque rechazar significa que, se mantiene la norma vigente, es decir, se prefiere la Constitución del 80.

¿Podría ganar el rechazo, más allá de las famosas tres comunas, si se sincerara así? ¿Si su campaña no fuera oblicua, falaz y falsa, sino honesta, y admitiera que quiere el statu quo? ¿Que nos invita a que siga rigiendo una Constitución de origen ilegítimo y que, tras el plebiscito, se ratificó democráticamente ilegítima?

Así, más allá de defensas dogmáticas -que el día de mañana podríamos leer como totalitarias -, convenga callar y ponernos todos a: leer la propuesta terminada antes de aprobar; y releer la Constitución el 80 antes de rechazar.

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