Columna de Diana Aurenque: Un discurso amplio



Apenas terminada la cuenta pública del Presidente Boric, lo primero comentado fue su extensión. Con más de 3 horas se trató de un discurso insólitamente largo -algo inusual en tiempos de twitter-política. No obstante, más que extenso el discurso fue amplio: amplio por partir recordándonos dónde estábamos hace un año; amplio también por reportarnos sobre una serie de logros alcanzados -reducción de jornada laboral, incremento del sueldo mínimo, etc.-, pero que, entre tanta contingencia, pasaron a veces inadvertidos; amplio además por incluir temáticas, intereses y actores de los más diversos, incluso más allá de los contemplados inicialmente en su programa, pero que, ante “las urgencias del pueblo”, exigió al gobierno replantear prioridades. Amplio, por incluir temas de interés transversal, inter y transgeneracionalmente inaplazables -pensiones, deuda histórica de profesores, protección de infancias, recuperación de la educación pública, etc.

Pero sumado a todo ello, la cuenta fue amplia por incorporar dos ejes políticos profundamente conciliadores: por un lado, y a partir de los 50 años del Golpe de Estado, convoca a la unidad nacional desde la reconstrucción de una memoria histórica aún pendiente, una que, sin olvido ni venganza, nos sane del pasado para tener al fin un futuro conjunto; más esperanzador y menos resentido. El segundo eje enfatizó la necesidad de que todas las fuerzas políticas se comprometan a trabajar mancomunadamente por la defensa irrestricta de la institucionalidad y la democracia.

Dicha convicción la materializó el propio Boric cada vez que reconoció errores, justificó cambio de prioridades y, sobre todo, cuando compartió los éxitos de su gobierno no solo con sus aliados, sino también con sus adversarios -”los aplausos no son para mí”, recalcó el Mandatario. Y, justamente porque la generosidad es hoy una cualidad escasa en política, pero se trata de una de las virtudes que quizás más intuitivamente nos unifica como pueblo -la solidaridad permanente ante la catástrofe-, el discurso recuerda lo que realmente debe inspirar la política: el bien común.

Por incluir virtudes e intentar “recuperar la política” del descrédito en ocasiones injusto e inflamado por la tiranía de oportunismos electorales, el discurso mereció cada uno de sus minutos. Y aunque fue amplio, habría también que reconocer que fue talentosamente focalizado; interpelando no a los chilenos, sino ante todo a los parlamentarios. Para que, más allá de las consignas, estén a la altura de conciliar acuerdos por el bien del país, y de paso les devuelvan dignidad y honor a sus propios cargos.

Veremos pronto si a esa amplitud, que hoy es gobierno, no le aparece un frente menos amplio y dispuesto incluso a socavar la institucionalidad democrática por fines mezquinos -tal como ocurrió hace solo unos días malversando un recurso tan importante como la Ley de Transparencia para hostigar a la académica Elisa Loncon. A celebrar entonces este discurso amplio que invita a la unidad y al diálogo, pero sin tolerar lo intolerable: sin barbarie, sin negacionismo y sin enemigos.

Por Diana Aurenque, filosofa Universidad de Santiago de Chile

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