Columna de Gonzalo Cordero: El día de la marmota

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El personaje de Bill Murray despertaba todas las mañanas para descubrir que estaba en el mismo día que había vivido innumerables veces antes. Su vida se había detenido en esa jornada que, como verdadera maldición, se repetía una y otra vez. La angustia del protagonista se transmite a los espectadores, porque plantea una situación que choca contra la esencia de la vida: el devenir, la evolución, el curso interminable del ciclo biológico.

A veces a las personas y a las sociedades les ocurre realmente lo mismo que le sucede alegóricamente al personaje de Murray, se detienen en un momento o en una etapa que son incapaces de superar y es efectivamente una maldición.  Sin evolución no hay esperanza y sin esperanza tampoco hay desafíos nuevos, el fondo de la tragedia del personaje aquel es que al estar condenado a repetir una y otra vez el mismo día había dejado de vivir, el día de la marmota es otra forma de morir.

Mañana, 11 de septiembre, los chilenos viviremos nuestro día de la marmota. Cinco décadas después el mundo es otro completamente distinto, estamos en otro milenio, internet, la globalización, la inteligencia artificial, el rol de la mujer en la sociedad; en fin, son tantos y tan profundos los cambios que han configurado otra humanidad. Pero nosotros nos levantaremos con la ansiedad de saber qué va a suceder, cuánta violencia habrá en las calles, el subsecretario del Interior nos pide, a quienes vivimos en Santiago, que evitemos ir al centro, las clases en un par de comunas ya están suspendidas y colegios y oficinas funcionarán prácticamente medio día.

En La Moneda, un Presidente que nació más de una década después hará escuchar el discurso de aquel día de Salvador Allende, despidiéndose y anunciando que más temprano que tarde se abrirán las grandes alamedas. Emoción, puños en alto, probablemente lentes al estilo de entonces y, en el fondo, como susurro ambiente se oirá “el pueblo unido…”. Allende y Pinochet, violencia, acusaciones, la democracia como objeto del delito: “tú la destruiste. No, tú la destruiste”.

En 1990, cuarenta y cinco años después del fin de la segunda guerra mundial, un grupo de países, entre los que estaban Alemania y Francia, firmaron el acuerdo de Schengen, que hoy lo integran más de 25 países. Con él se puso fin a las fronteras y Europa se convirtió en un espacio común. Atrás quedaron campos de exterminio, bombardeos, invasiones, millones de muertos, tortura, hambre y humillaciones recíprocas.

Cincuenta años después del 11 de septiembre nosotros no somos capaces de convertir nuestro país, el único que tenemos, en un “espacio Schengen”, en el que podamos circular libremente con nuestras ideas, nuestra visión de la historia, nuestros valores.  Alguien preguntaba esta semana en una carta ¿qué hemos aprendido?

Lamentablemente, muy poco. Por eso, mañana no viviremos un 11 de septiembre, sino “el” 11 de septiembre, el único que conocemos y repetimos una y otra vez, estancados, divididos, enojados. Muriendo de otra manera.

Por Gonzalo Cordero, abogado

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