
Columna de Héctor Soto: Es lo que hay
En principio, gran parte del desempeño de los partidos políticos en los desafíos electorales que vienen dependerá de cuán bien o mal hayan leído el malestar social que se hizo sentir a fines del 2019. La impresión dominante es que todas las colectividades aún siguen muy desconcertadas. La izquierda más tradicional, representada por el PC, y también la supuestamente más renovada, el Frente Amplio, vieron en el estallido la confirmación del diagnóstico que tenían desde hace años, en orden a que el país era una olla a presión de abusos, desigualdades e injusticias que en algún momento iba a explotar. Y que, bueno, explotó. Es una lectura en principio muy coherente. Solo que tiene un pequeño problema: ni el PC ni el FA parecieran haber logrado capitalizar un ápice del descontento. Hasta aquí todo indica que será difícil que el FA pueda llegar a capturar el 20% del electorado que hace tres años votó por Beatriz Sánchez. Hoy parece una fuerza política bastante más marginal. Y si la situación del PC es distinta, porque efectivamente este partido se volvió mucho más gravitante en el arco opositor y porque tiene un candidato presidencial que mueve las agujas de las encuestas, lo cierto es que sigue instalado mucho más en el eje antisistémico de la política chilena que en la voluntad de construir mayorías.
¿Tomó nota la derecha de lo ocurrido? Quizás no mucho, aunque el balance probablemente sea mejor que en la centroizquierda. Bajo el liderazgo de Mario Desbordes, RN bien o mal está reivindicando un concepto de derecha social que todavía es un tanto confuso, pero que junta ecos socialcristianos con retazos nacionalistas y un discurso que tiene algo de corporativismo. No corresponderá a la derecha más tradicional, pero mucho de esto ya estaba en Mario Góngora, en Onofre Jarpa e incluso en Jorge Prat. Tan rupturista, entonces, no es y el suyo no es más que un intento por explicar y resolver los descontentos que quedaron al descubierto.
Mucho más que un campanazo para cambiar el modelo, Lavín interpretó lo ocurrido en octubre como una advertencia: ya no es posible seguir tolerando la brecha entre los dos Chile y a juicio suyo hay que avanzar sí o sí a la integración. Integración que debe ser social, política, económica, geográfica, cultural. Aunque el objetivo de Evelyn Matthei no es muy distinto, sus políticas y herramientas son más ortodoxas. Sichel, por su parte, está empeñado en darle a la centroderecha una vocación de mayoría que en realidad nunca ha tenido y se la quiere dar a punta de mayor emprendimiento y de un Estado más presente. Briones, que encarnaría una derecha más moderna y liberal, está llamado a dar un testimonio de mayor responsabilidad en el distingo entre los medios y los fines, y también más consecuente entre los retornos de corto con los de largo plazo.
Lo que pueda querer la centroizquierda para el futuro es mucho más difuso, entre otras cosas porque los partidos del sector, luego de haberse comprado por oportunismo político el discurso extremista del abuso y de la derrota del modelo, han andado dando mucho palo de ciego. El lema de la campaña de Paula Narváez -el reemplazo de la política de lo posible por la política de lo necesario- dice más respecto de lo que no quiere -la Concertación y sus “transacas”- que de lo que quiere. En eso su planteamiento no comporta mayor novedad. Eso fue precisamente lo que intentó hacer la Nueva Mayoría. Es lo que generó las impopulares reformas de Bachelet II y es lo que el país rechazó, en una derrota de contornos oprobiosos para el oficialismo, en la segunda vuelta el 2017. ¿Cuán interpretados se sentirán el PPD, la DC y el PR con este nuevo planteamiento? ¿No será acaso un diseño más pensado para el PC y el FA que para ellos? ¿Qué es esto? ¿Una candidatura de la centroizquierda o una movida para reproducir en Chile una alianza parecida a la del PSOE de Pedro Sánchez con Pablo Iglesias en España? Si así fuera, ¿qué tan disponible estará la DC para ese experimento? La pregunta en realidad tiene mucho de tributo retórico, porque la verdad de la verdad es que la DC hoy por hoy da para todo. Para condonar la violencia del estallido en una ley de impunidad, para suscribir la consigna No+AFP, para justificar varios de los atentados en La Araucanía, para dar luz verde al tercero, al cuatro, al quinto y al enésimo retiro de los fondos de las AFP, para tenderle un paraguas a Felices y Forrados… Es curioso: el que fuera el más doctrinario de los partidos políticos chilenos, en un momento dado ha devenido en una suerte de coalición de feudos. Ocurre con la DC una cosa rara: nadie compra pasajes hasta el final, entre otras cosas porque no se sabe hasta dónde llega, pero en las estaciones intermedias la micro a veces se llena.
¿Estarán a la altura estas respuestas de lo que el país hoy requiere? ¿O es solo lo que hay?
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