Columna de Joaquín Trujillo: Criaturas fabulosas

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Uno de los grandes descubrimientos o (si se quiere) inventos de los arcaicos, tan sustancial como el del fuego, la agricultura o la rueda, fue el constatar que los humanos podían transformarse en criaturas fabulosas. En concreto, ensamblar varios ejemplares en un solo conjunto, uno que fuera más extenso en el espacio y prolongado en el tiempo. La gracia de esta criatura fabulosa era que estaba conformada de partes parecidas entre sí, mas no iguales, de tal forma que cada una de ellas asistía al conjunto haciendo lo que mejor supiera. Por cierto que también suponía debilidades y amenazas. Una parte poco diestra a menudo lo perjudicaba. Desde que esta fue una posibilidad, los humanos han experimentado con distintas dimensiones de la criatura fabulosa. Han existido pequeñas e inmensas, unas de larguísima o breve duración. No poca polémica ha habido en torno a cuál sea su tamaño exacto, entendiéndose por tal el que sea más beneficioso para cada una de sus partes.

Ciertamente, como cada una de ellas conserva siempre algo así como su libertad de arrancarse, autoextirparse, ha sido fundamental que ellas se persuadan entre sí de que, pese a todo, es conveniente continuar juntas.

Familias, clanes, tribus, naciones, pueblos, estados, imperios, la criatura fabulosa ha logrado diversas proporciones.

Fue el teólogo Romano Guardini quien observó que uno de los aportes centrales del cristianismo fue haber colocado en el centro de la existencia humana a una familia, una a la cual sus adeptos buscarían emular.

El misterio de la familia es sin duda el que nos reporta una experiencia vívida de la criatura fabulosa. Frente al espejo reconocemos rasgos de familia: lo de otros en nosotros. Nos precavemos de posibles enfermedades conociendo nuestro historial familiar. Nos preparamos. Sabemos de un antepasado que aprendió a hablar a los diez años, pero que luego fue un genio, y de otro que supo las cuatro operaciones básicas a los dos, y que se convirtió en un idiota. La familia permite comprender el acontecer, en el entendido que nuestros propios horizontes experienciales son estrechos, aunque hayamos viajado o leído.

Otras criaturas fabulosas, como la sociedad o el Estado, es cierto, nos ofrecen distintos recursos y nos garantizan… problemas.

Tal vez porque la persuasión que inspira la convergencia en la familia sea el amor (conyugal, filial o fraternal), la criatura fabulosa se domesticó a sí misma. Y, entonces, habría hecho poca falta los héroes, esas expresiones individuales que entre los antiguos vencieron a otras criaturas. El caso de Edipo, con la esfinge, o de Teseo, con el minotauro. Ambos héroes se vieron rodeados de catástrofes familiares.

El problema es cuando la mitología se apropia de la mitología, vale decir, cuando la criatura fabulosa se vuelve peligrosa para sí misma (sus miembros) o para los demás. Familias que no reconocen límites en los individuos, en otras familias, en el Estado. Monstruos a los que derrotó el héroe individual, según nos contaron los viejos. Por suerte.

Por Joaquín Trujillo, investigador Centro de Estudios Públicos

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