Columna de Joaquín Trujillo: Edipo y Teseo

Oedipus at Theseus. Edipo y Teseo


El tiempo convulso de las catástrofes de Tebas alcanza una tregua cuando dos extraños héroes se encuentran: Edipo y Teseo.

Recordemos que ambos derrotaron a monstruos. Edipo, a la articulada y complejísima Esfinge, maestra de acertijos en emboscadas. Teseo, por su parte, al cada día menos bruto Minotauro, pero que seguía contando con el favor del laberinto subterráneo en que extraviaba y liquidaba a sus víctimas.

Edipo había llegado a convertirse en rey de Tebas por haber derrotado a la Esfinge sin saber que ese mérito era más una apariencia de éxito. En realidad, en él se cumplía una oscura profecía. Teseo, por su parte, era el rey de Atenas en virtud de una sucesión clara: era el hijo de Egeo, su predecesor.

Cuando Edipo, rey por su ingenio, es llamado por el pueblo de Tebas a reconfirmar sus hazañas y descubrir el origen de la peste que asola la ciudad, termina enterándose de que, habiendo siempre intentado evitarlo, ha cumplido la inmencionable profecía. Se extirpa los globos oculares y sale al exilio en compañía de su leal hija Antígona. En ese viaje llega a las inmediaciones de Atenas, a la localidad de Colono. De ahí quieren expulsar a este famoso líder tensionado por sus audacias. Teseo, que no goza de su misma inteligencia, y contra la opinión de los suyos, sale a recibirlo y le promete una tumba segura. Entonces, Edipo muere tragado por una tormenta.

A esas alturas, como relata la tragedia de Sófocles, “Edipo en Colono”, los habitantes de Tebas han reflexionado y llegado a valorar la figura de Edipo pese a sus traspiés. Es llamado a regresar, pero Edipo ya está en otro asunto.

En su “Compendio de la historia de la literatura”, texto elaborado por Andrés Bello para los estudiantes chilenos, el poeta venezolano y en parte fundador de nuestra República, se detenía en esta obra de Sófocles. Valoraba que su autor la leyó frente a un tribunal para probar que todavía estaba lúcido cuando sus hijos intentaron declarar su interdicción. También, que es la historia de un migrante acogido en una nueva tierra, si bien lo precede una fama inquietante. Pero este pasaje de las leyendas griegas que Sófocles consagró en el teatro puede ser leído también a la manera de una alta cumbre entre dos líderes contra los que pesan fuertes acusaciones de parte de sus detractores. Contra Edipo, que es un astuto marcado por los dioses que arrastra consigo a quienes se le acercan. Contra Teseo, que pudo derrotar al toro antropomorfo gracias al hilo que le facilitó la princesa Ariadna y que, cuando ella dejó de serle útil, la abandonó en la solitaria isla de Naxos.

Y lo que parece transmitir Sófocles, y seguramente el favor de Andrés Bello, es que los espíritus partidistas no entienden nada de estos momentos clave. Que son los genuinos líderes quienes comprenden cuál es su trasfondo y lo saben ciertamente incomunicable en el lenguaje de la política contingente. Es, en cambio, el arte la dimensión en que pudo ser expresado. Eso que si se dice explícitamente deja de tener sentido, volviéndose un poco burdo.

Por Joaquín Trujillo, investigador del Centro de Estudios Públicos

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