Columna de Josefina Araos: La tentación de la calle

REUTERS/Ivan Alvarado


A cierta izquierda la tienta la calle. De ello hemos tenido varios ejemplos. En la fase final de la campaña presidencial, el entonces candidato Gabriel Boric se dirigió a los movilizados con una épica llamada: “cuando nos equivoquemos, ayúdennos ustedes a enmendar el rumbo”. Aunque el cargo de Presidente lo ha obligado a contenerse, de cuando en cuando el mandatario se ve tentado por la convocatoria callejera. No solo lo vimos unirse a la romería del 11 de septiembre –en lugar de permanecer en La Moneda recibiendo a los manifestantes–, sino también tomar un megáfono en plena protesta para gritar a los cuatro vientos que se encargará de cumplir el mandato del pueblo. Un pueblo que, como afirma convencido, se congrega ahí, en la calle. No habría entonces mejor lugar, pareciera decir, para escuchar ese mandato.

Esta semana se agrega un nuevo episodio: la marcha de apoyo al Presidente Boric. Inicialmente convocada por organizaciones ciudadanas, se sumaron luego el Frente Amplio y el Partido Comunista. Viendo allí una oportunidad para contrarrestar la sensación de crisis del gobierno, Apruebo Dignidad decidió poner toda su maquinaria al servicio de una movilización masiva que escenifique un apoyo que, hasta ahora, ha sido esquivo. No toda la izquierda ha visto la convocatoria con buenos ojos. Preocupados de que se lea como señal de debilidad o de semejanzas no queridas con gobiernos autoritarios o en crisis de nuestra región, miembros del Socialismo Democrático han preferido recordarle al Presidente que la adhesión ciudadana no debe sostenerse en marchas, sino en una administración eficaz. Pero son pocas voces. Y es que la tentación es mucha. El pueblo reunido en la calle permite ocultar el resto de los datos disponibles. Una marcha masiva, sirve para maquillar la compleja situación del gobierno. Si son muchos los que se unen, las dificultades o errores del Ejecutivo pueden presentarse como construcción interesada de algunos, o mezquindad de sus detractores. Si en el Congreso, finalmente, no llegan a darse las condiciones para aprobar las reformas sociales prometidas por esta administración –cada vez más improbables–, al menos queda la calle. Acudamos a ella, no para enderezar el rumbo, sino para tranquilizar consciencias.

No hay a priori problema en reivindicar la calle. De hecho, se trata de un recurso inserto en el corazón de la cultura política de izquierda. El problema está en usarla para negar la realidad y, sobre todo, para desconocer el hecho de que el pueblo no se agota en ella. Si el Presidente busca estrategias para aumentar su apoyo, no es en la calle donde encontrará señales orientadoras. Y es que el pueblo de Chile, si entendemos por él a las grandes mayorías, ya no marcha. Parte de la evidencia disponible muestra que son pequeños grupos los que hoy protestan, aunque con mucha influencia (véase como ejemplo el informe ELSOC-COES 2016-2021). Pero el resto ya no sale a la calle. Aunque acude a las urnas cuando se lo exigen, sus prioridades están concentradas en su día a día, en su cotidianidad. Una cotidianidad que valora, que quiere cuidar, y que hoy se ve amenazada por un contexto de creciente incertidumbre. Es peligrosa la tentación de la calle, porque el gobierno arriesga calmarse con un espejismo; una fachada de apoyo duro, sin correlato en la realidad. La masividad podrá dejarlo tranquilo, pero eso solo hará más profunda su desconexión y más difícil enmendar el rumbo.

Por Josefina Araos, investigadora IES

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