Columna de María de los Ángeles Fernández: Lugares sin límites

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Foto: Donald Trump.


En importantes sectores del mundo occidental, el estupor inicial frente al segundo mandato de Donald Trump va dando paso a la melancolía. No se trataría tanto del peligro que pudiera correr la democracia en EE.UU. Visiones optimistas confían en su resiliencia institucional ya mostrada frente a un personaje alérgico a toda modalidad de contención.

Entre paréntesis, resulta llamativo constatar el fracaso de “la narrativa democrática para movilizar al electorado” como sentencia Steven Levitsky. De ese país, donde la Ciencia Política ha sido pensada como una “ciencia de la democracia”, cabe registrar que dicha disciplina hizo tempranamente de la educación cívica un propósito extraacadémico declarado. Urgiría repensar-por nuestra parte-lo que entendemos por tal cuando los frutos que se observan son más bien magros.

Sobre el gobierno de Trump, un tipo de preocupación viene dado por las alas que podría dar a fuerzas y a figuras que, en distintos contextos, están haciendo crujir consensos básicos de convivencia que se daban por sentados. Por proximidad ideológica, de inmediato se piensa en líderes de derecha a quienes se adjudica su misma radicalidad. Tal percepción la matiza Fernando Savater: “La famosa alarma antifascista solo se centra en el peligro de la derecha radical, como si la amenaza viniese de ahí y no de la izquierda extrema”.

El asunto se complica cuando el populismo iliberal anida en países que integran el club de las “democracias plenas”. Así se cataloga a España en el Democracy Index de The Economist, en 2023.

No hace falta ser un lince para advertir una erosión de los diques de contención del sistema, aunque se enmascare tras un barniz de europeísmo y buena prensa. El socialista Pedro Sánchez, desde que llegara a la Presidencia del Gobierno de España en 2018 prometiendo regeneración democrática, se ha esforzado en todo lo contrario. Confiesa, sin inmutarse, que su propósito es gobernar “con o sin parlamento”, ataca a medios no afines (parte de la “máquina del fango”) y ha impulsado la colonización partidista de las instituciones, incluyendo el Tribunal Constitucional.

La situación ha sido recogida por la Fundación Hay Derecho, que viene constatando la degradación del Estado de Derecho y el aumento progresivo de tensiones entre los poderes.

Así que, sobre autócratas y autocracias, reales y potenciales, pareciera que hay más de lo que ciertos informes, por muy amparados que vengan en un aura de prestigio, están dispuestos a reconocer.

Para quienes gustan de ver la historia como una secuela de luchas (y revoluciones) anhelantes por colocarle cortapisas al poder, el derrotero inverso al que asistimos tiene algo de “descivilizatorio”. Muchas personas, en muchos lugares, por las razones que sean, apoyan liderazgos que buscan desasirse de todo límite.

Por María de los Ángeles Fernández, Doctora en Ciencia Política