Columna de Marisol García: Canciones en menú ejecutivo

Quien en 2021 oye con recurrencia a Eagles y Soda Stereo no es una mala persona ni un auditor sospechoso; tan sólo no quiere que el guión sonoro que le acompaña a diario siembre en él ideas que desvíen una senda prefijada (también de aquello que se quiere creer es lo rebelde). La música nunca será para ellos revelación; acaso, sí, compañía servil y amable.



No es lo mismo en la escucha ser nostálgico que conservador, aunque a ambas condiciones suele confundírselas. En lo primero puede calificar hasta el más atrevido oyente si persiste en regresar a canciones que al marcar la propia autobiografía no separan en verdad tiempos, pues son parte de un continuo presente de integración de la música al devenir y la captura cotidiana del mundo. La escucha conservadora, en cambio, es una opción deliberada de cautela y autodefensa, que elige aquello que ya de sobra se conoce para asumir el mando de una banda sonora personal acotada y regulada, incapaz de incomodar; resguardo de redundancia no sólo para sonidos familiares sino también para lo que se cree interpretar con ellos.

Es fascinante que ahora Spotify entregue balances de escucha anual separados por el rango etario de sus suscriptores. No hay datos que sorprendan: durante 2021, en Chile los jóvenes se comportaron como rebaño impresionable y los adultos con responsabilidades como trabajadores cansados, si se nos permite la simplificación burda.

Ambos bordes tienen sus sonidos asociados: recurrencia de Bad Bunny en el primer caso y giro brusco hacia pop ochentero de tintes románticos entradas las cuatro décadas. Si entre los 16 y los 24 años “me vuelvo loco desde el casco hasta los pedales” es un verso de declaración amorosa (Todo de ti, Rauw Alejandro) y “me dice que con ella soy muy tímido / quiere que le dé con el látigo”, una definición de roles (Explícito, Myke Towers); pasados los 55 la evocación romántica llega quieta con Foreigner (I want to know what love is”) y Chicago (If you leave me now), o todo lo explícita que sugiere Camilo Sesto (¿Quieres ser mi amante?). The Police es la cumbre si se nació en los años 60: Every breath you take es la canción con más plays en un segmento que uno asume aplica en ella fantasías de pasión insistente, cadenciosa y enfática aunque sin alardes, en sonido compacto y eficaz para una advertencia amorosa que no colaría hoy tan fácilmente el filtro feminista.

Bad Bunny

“Tengo miedo del encuentro con el pasado que vuelve a enfrentarse con mi vida”, confiesa el tango, pero la escucha conservadora no sólo no le teme a ese cruce, sino que lo busca. No es el pasado incómodo el que vuelve con un playlist a medida del oyente cauteloso, sino aquel que se ha elegido delimitar como terreno afín a un recuerdo estandarizado y seguro, que así como en su momento desmalezó todo aquel cancionero que pudo parecerle disruptivo, persiste en mantener lejos las propuestas que obligan a revisar lo que en la adultez moldea nuestras pautas de gusto, opinión política e incluso la propia identidad.

Quien en 2021 oye con recurrencia a Eagles y Soda Stereo no es una mala persona ni un auditor sospechoso; tan sólo no quiere que el guión sonoro que le acompaña a diario siembre en él ideas que desvíen una senda prefijada (también de aquello que se quiere creer es lo rebelde). La música nunca será para ellos revelación; acaso, sí, compañía servil y amable. El mercado discográfico lo sabe y aprovecha: su abusado concepto de “catálogo” es el equivalente al paquete turístico para viajeros y al menú ejecutivo entre oficinistas.

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