Opinión

Columna de Óscar Contardo: La realidad según Pablo

La palabra “comunista”, usada en clave conservadora, no es meramente el adjetivo para describir a alguien que milita en un partido, sino una manera de ver el mundo, pararse sobre él y distinguir aliados de enemigos peligrosos: aquella perspectiva que Longueira comparte con su electorado.

En la entrevista a Pablo Longueira publicada hace una semana en El Mercurio, hubo una respuesta breve pero significativa que ordenaba el razonamiento del entrevistado. Después de que Longueira hiciera un recuento de la manera traumática en que se resolvieron distintas crisis institucionales en la historia de Chile -mencionó las de 1891, 1925, 1973- y las usara como ejemplo para evaluar la situación actual, la periodista le preguntó si veía el panorama en curso tan negro como lo estuvo durante esos años. Él contestó con una frase directa: “No lo veo negro, veo la realidad”. Naturalmente, al hacer esas declaraciones el ex precandidato a la Presidencia, exministro, exparlamentario, expresidente de la federación de estudiantes creada por la dictadura para reemplazar a la Fech y discípulo aventajado de Jaime Guzmán, no le hablaba a todo el mundo, sino a una derecha que él mismo caracteriza en esa entrevista como temerosa a defender sus ideas y refugiada en la negación. Para Longueira, votar rechazo, algo que él mismo haría si las circunstancias fueran otras, significaría “quedar de rodillas frente a los violentistas”. Sus palabras no fueron, por lo tanto, una suerte de revuelta contra la opinión predominante en su círculo, ni una concesión al adversario, sino el intento de adecuarse a un escenario en crisis sacando el máximo provecho bajo condiciones adversas. Llegar al este por el noroeste.

No era otro Longueira, era el mismo. Por algo articuló y contextualizó sus reflexiones en los códigos culturales de una derecha que ha descubierto desde hace un tiempo que los gobiernos de la Concertación nunca fueron la Nueva UP que ella misma anunció, sino una especie de paraíso perdido; un sector político para el que la situación judicial actual del dirigente que retorna a la UDI es poco más que un malentendido que no merece tanta alharaca y que, en el peor de los casos, puede llegar a interpretarse como una persecución política liderada por una “abogada comunista”, como dijo el propio Longueira en radio Cooperativa, haciendo referencia a una de las juristas del Consejo de Defensa del Estado. La palabra “comunista”, usada en clave conservadora, no es meramente el adjetivo para describir a alguien que milita en un partido, sino una manera de ver el mundo, pararse sobre él y distinguir aliados de enemigos peligrosos: aquella perspectiva que Longueira comparte con su electorado.

La reaparición del principal responsable del despliegue de la UDI en las poblaciones durante los 80 tampoco debería ser interpretada como un delirio mesiánico, sino un recurso del folclor político local para destacar una personalidad en cruzada republicana: hay gente que va y vuelve del desierto y otros que se retiran a una cabaña en el bosque. La figura del varón de tonalidades religiosas, con ocres patronales, es intensamente valorada en ciertos sectores de la derecha; algo así como la contraparte del mártir rebelde de izquierda, sólo que, en lugar de abrazar el ideal de pueblo y el cambio social, se sacrifica por los valores y símbolos patrios resumidos en dos ideas muy simples: mantener el orden y conservar las riendas del poder (a veces lo hacen usando los recursos de la democracia, a veces no). Un rol que Longueira ha sabido cumplir con dedicación de soldado, disciplina ignaciana y fervor místico. Un trabajo a conciencia que le permite pequeños lujos, como, por ejemplo, jactarse en una entrevista que fue su sentido de la realidad -del que muchos han hecho mofa- el que salvó a dos de sus adversarios de la debacle política: en 2001 a la Democracia Cristiana, cuando la directiva de ese partido inscribió mal a los candidatos a parlamentarios y luego al Presidente Ricardo Lagos acorralado por los escándalos de corrupción que amenazaban la continuidad de su gobierno.

Pablo Longueira ha vuelto porque quiere “licuar el plebiscito” sumándose al Apruebo y lograr así que la derecha vaya unida a la convención constitucional. Nada descabellado. En esas condiciones, las matemáticas electorales le asegurarían una representación que no lograrían de otro modo, una presencia que les ayudaría a conservar el espíritu de la Constitución del 80, sólo que ahora refrendada por la democracia. Un cálculo al que se le suma otra variable: una oposición dividida y vuelta a dividir en donde los ideales se funden con la fascinación por escucharse a sí misma, y en donde el tiempo invertido en las pequeñas zancadillas acaba convirtiendo los triunfos de corto plazo en el preámbulo de un gran fracaso asomándose por el horizonte.

El discípulo aventajado de Jaime Guzmán busca usar el impulso de una izquierda fragmentada y desorientada para volver a hacer lo que ya ha hecho antes: conservar el poder, a pesar de las aparentes derrotas, gracias a la astucia de apelar al sentido de pertenencia de un sector político y social que no se distrae a la hora de fijar sus prioridades y lograr sus metas, un mundo acostumbrado a inscribir su voluntad en la historia con letra firme, aun sobre renglones torcidos.

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