Columna de Pablo Allard: Salvemos al tren

Durante su viaje inaugural: tren Santiago-Temuco se descarriló en la región de La Araucanía
(Foto referencial. Aton Chile)


El jueves pasado vivimos el choque frontal entre un tren de carga de Fepasa y uno de pasajeros de EFE en San Bernardo. Tragedia que cobró la vida de los dos operarios del tren de carga y dejó 9 heridos. El dramatismo de las imágenes y relatos de los minutos previos al impacto pueden levantar algunas aprensiones respecto a qué tan seguro es el tren como modo de transporte, en momentos en que el Estado chileno promueve su crecimiento con el plan “Trenes para Chile”.

Antes de sacar conclusiones apresuradas, lo primero que debemos entender es que, en el caso del tren de EFE no se trataba de un servicio regular, sino que un viaje de prueba de uno de los tres nuevos convoyes que reforzarían la operación Santiago a Rancagua; y en el que solo viajaban técnicos de EFE y representantes de la empresa china CRRC proveedora del tren. Si bien la falla de coordinación es evidente, cuando se trata de servicios regulares de pasajeros existen protocolos, horarios y derechos de vía establecidos y probados, los que son celosamente monitoreados con sensores y sistemas de comunicación redundantes.

La excepcionalidad de este viaje de prueba no exime a quienes resulten responsables de una eventual negligencia, pero por evitable que sea, no podemos usar esta tragedia para cuestionar la seguridad de los trenes. Los accidentes entre trenes son muy infrecuentes, según la ferroviaria española Renfe, viajar en tren es 27 veces más seguro que desplazarse en automóvil. De hecho, el último accidente que involucró a dos trenes en el país fue la tragedia de Queronque, cerca de Limache en 1986, donde fallecieron 86 personas y más de 500 resultaron heridas. En ese momento las autoridades decidieron terminar para siempre el servicio entre Santiago y Valparaíso en lugar de corregir las fallas. Vale la pena preguntarse entonces cómo reaccionar ante la tragedia de este jueves.

Durante la segunda mitad del siglo XX, el ferrocarril perdió competitividad e inversión siendo desplazado por los buses interurbanos y camiones de carga, pero en el siglo XXI se está viviendo un resurgimiento, amparado en los múltiples beneficios económicos, sociales y ambientales, en un contexto de crisis climática y de acceso a la vivienda.

La apuesta del Estado chileno, por medio de EFE, es sumarse a esa tendencia, avanzando en trenes de cercanía como elemento estructural de una red ferroviaria amplia. Estos trenes son pieza clave en el sistema de transportes de cualquier gran metrópoli. No solo por conectar localidades y pueblos cercanos, sino porque además plantean la oportunidad de satisfacer la demanda de viajes desde los suburbios, periferias y áreas de expansión urbana con transporte público, masivo, de calidad, predecible, cómodo y a bajo costo. A todas luces una alternativa atractiva al automóvil, cuyos costos sociales en congestión, contaminación, CO2 son muy altos.

Además, el tren genera una serie de beneficios para las localidades donde se emplazan las estaciones, transformando su entorno en subcentros de comercio y servicios; abriendo oportunidades a personas que buscan acceso a mejor calidad de vida y vivienda a valor alcanzable.

Hoy EFE tiene presencia en diez regiones del país y el año pasado alcanzó cifras récord de pasajeros. Fueron casi 65 millones los viajes realizados, un 16% más que en 2022. Sin embargo, el sueño no se detiene ahí, el objetivo de la estatal es alcanzar los 150 millones de pasajeros en 2030 de la mano de proyectos de cercanías como el de Melipilla y Batuco. Si a los trenes de cercanías sumamos los trenes rápidos a Chillán y el futuro tren a Valparaíso, el futuro ferroviario se ve promisorio. No dejemos que esta lamentable tragedia detenga, cuestione o atrase el tan necesario plan Trenes para Chile. Avancemos en mejorar los protocolos, sistemas de control, y sigamos adelante, ¡a toda máquina!

Por Pablo Allard, decano Facultad de Arquitectura de la Universidad del Desarrollo