
Columna de Rafael Sousa: El pesimismo se vuelve mainstream
Sabemos que la opinión pública castiga a los gobiernos no tanto por la percepción de un mal presente, sino fundamentalmente por la perspectiva de un mal futuro. Desde 2002 hemos estudiado esto en base a encuestas, encontrando una fuerte relación entre la aprobación hacia los presidentes y el optimismo ciudadano respecto del futuro del país. Las personas parecen dispuestas a entender las brechas entre las cosas como son y cómo les gustaría que fueran, pero reacias a que la política les quite la esperanza. Eso es lo que Chile vive hoy: un inédito ánimo de pesimismo generalizado del que el gobierno es responsable sólo en parte.
La anémica aprobación a la que se aferra el gobierno, con todo, es similar e incluso mayor a la que lograron sus dos antecesores a esta altura. ¿Hemos tenido tres malos gobiernos? La explicación carece de la profundidad que exige el fenómeno. Quizás la mezcla entre un sistema electoral y de partidos demasiado generoso con las pymes políticas y carente de disciplina, y el dominio de una comunicación política que recibe premios mucho mayores cuando destruye que cuando edifica, puede aportar algo más de luz para entender cómo hemos derivado en estos niveles de polarización y el consecuente estancamiento de todo lo que debiera prosperar, como la economía y varias políticas públicas esenciales. Enfrentamos un fenómeno sistémico de decepción que, después de diez años, está consolidando un sombrío escenario en el que el pesimismo es el sentimiento unificador de la nación. Es el nuevo mainstream.
Es un fenómeno nuevo y riesgoso. Desde 1990 hasta acá, nunca tuvimos un periodo como estos dos últimos años, en que el ánimo sobre el futuro del país y la economía fuera fundamentalmente pesimista. Nuestra preocupación era la mediocridad, ahora es el retroceso. El mazo tiene cada vez menos cartas, considerando que nuestros tres últimos gobiernos han sido liderados por tres coaliciones distintas y los dos recientes órganos constitucionales han sido casi perfectamente opuestos.
Además es un pesimismo plenamente racional. La vida es más cara, más insegura e incierta. Las subjetividades y objetividades, esta vez, no son tan distintas. ¿Es esta la antesala del populismo o del autoritarismo? Lo ha sido en muchos países. ¿Estamos condenados a esta oscuridad? No. Toda condena necesita un juez y, al final del día, este es siempre la ciudadanía, una que desde 2019 ha mejorado su capacidad de distinguir lo que quiere de lo que necesita. El progreso que Chile logró hasta hace diez años parece haber dejado una base, una resistencia a aceptar el cambio que carece de seriedad, que arriesga lo mucho o poco conseguido. Esa es una diferencia importante con nuestro barrio latinoamericano, pero no una garantía. El límite que la política no debe cruzar es el de hacer ver la deliberación democrática como un obstáculo para la solución de los problemas. Si eso pasa, realmente nos jodemos todos.
Por Rafael Sousa, socio en ICC Crisis y profesor de la Facultad de Comunicación y Letras UDP
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