Columna de Raquel Bernal, David Garza e Ignacio Sánchez: Educación transformadora en un mundo en evolución

Estudiantes. Foto Pexels.


Educar (del latín educere) conlleva una carga de significado profunda: guiar al individuo más allá de sí mismo, hacia una realidad más amplia y enriquecedora. De esta definición yace el propósito esencial de la educación: el crecimiento humano en su máxima expresión. La educación integral de alta calidad no solo nos permite alcanzar nuestro potencial individual, sino que también nos compromete con el florecimiento de la sociedad en su conjunto. En un mundo en constante cambio, la educación emerge como un vehículo para prepararnos ante los desafíos desconocidos que el futuro nos depara.

Las universidades, como catalizadoras del conocimiento y la innovación, se erigen como espacios de encuentro y transformación. En ellas, convergen diferentes formas de ser, hacer y estar, dando lugar a sociedades inclusivas, diversas y resilientes. Sin embargo, este noble propósito enfrenta una serie de desafíos en el panorama actual.

El primero de estos desafíos radica en la cuarta revolución industrial, impulsada por la inteligencia artificial (IA) y la tecnología digital. Este fenómeno está redefiniendo la forma en que vivimos, trabajamos y nos relacionamos, generando nuevas demandas en el ámbito educativo. Se abren grandes oportunidades en campos de aplicación como salud, energía, medioambiente, minería, manufactura, finanzas, arte y educación. La adaptación requiere el fortalecimiento de competencias digitales y el desarrollo de una visión ética y humanística en el uso de la tecnología.

El segundo desafío reside en la formación ciudadana en un mundo cambiante y complejo. En un contexto marcado por crisis climáticas, avances tecnológicos y conflictos globales, la educación debe jugar un papel fundamental en la preparación de ciudadanos comprometidos y conscientes de su entorno.

Latinoamérica, con su rica diversidad y complejidad, enfrenta desafíos adicionales relacionados con la desigualdad y la exclusión social. La pandemia ha exacerbado estas disparidades, destacando la necesidad urgente de fortalecer la educación como un instrumento de equidad y justicia social. Nuestra región es un lugar privilegiado para la experimentación y aprendizaje, requiriendo la resignificación y transformación de la educación para hacerla relevante y pertinente, además de fortalecerla a través de la investigación, la creación y el diálogo inclusivo con estudiantes de diferentes trayectorias, edades y orígenes.

Finalmente, las expectativas cambiantes de las nuevas generaciones plantean desafíos adicionales para la educación superior. Con una exposición temprana a la tecnología y una preferencia por la experiencia sobre los resultados, los estudiantes del siglo XXI demandan un enfoque educativo más flexible, adaptado a sus necesidades y aspiraciones individuales.

Ante estos desafíos, las universidades deben responder con audacia y determinación. Es necesario repensar los modelos educativos tradicionales y adoptar enfoques innovadores que promuevan la equidad, la inclusión y la sostenibilidad. Solo así podremos garantizar que la educación siga siendo un motor de progreso y transformación en el siglo XXI.

Por Raquel Bernal, rectora U. de los Andes, Colombia, David Garza, rector Tecnológico de Monterrey, y Ignacio Sánchez, rector P. Universidad Católica de Chile. Estas instituciones conforman La Tríada, que es la alianza de las tres universidades privadas con mejor ranking en Latinoamérica según QS.

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