Columna de Sebastián Sichel: La porfía de rascar donde no pica

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Partamos de una base: Chile es un país donde más de la mitad de su población recibe ingresos promedios inferiores a los 400 mil pesos. Y hay otro tercio adicional de familias que dependen de su empleo para tener la calidad de vida actual. Ese gran porcentaje de chilenos viene hace décadas señalando que le urgen cambios y reformas rápidas en áreas que es de perogrullo repetirlas: seguridad, salud, educación y pensiones. La gran mayoría de ellos son despolitizados y han votado sucesivamente por distintos sectores políticos para que estos cambios se produzcan. Es obvio, no pueden llegar a fin de mes tranquilos y cada día más ni siquiera sus hijos pueden salir tranquilos a las calles o enfermarse sin sentir que se les va la vida si algo cambia. Para ellos, además, el costo de la vida ha aumentado aceleradamente a un ritmo completamente contrario a sus salarios. Y los que emprenden para adicionar recursos o ser autónomos, se encuentran cada día más en condiciones asimétricas para negociar créditos o distribución de sus productos en mercados altamente concentrados. Ninguno de ellos quiere renunciar a las libertades ganadas (huir de lo público cuando es de mala calidad y sentirse que lo ganado por su esfuerzo le es propio y no está a disposición de la política), pero todos estarían más felices con niveles de protección social y un apoyo estatal de mejor calidad. Y, obvio, mayor control del abuso, público o privado. Terminar con el comprahuevos infinito de quienes detentan el poder público y/o privado y los hacen sentir ciudadanos de segunda clase.

Hasta aquí, nada nuevo bajo el sol. Salvo una cosa: el delirio de quienes, en vez de dar una respuesta a esta demanda, decidieron exacerbar los miedos, pulsiones y enemistades entre chilenos, para obtener ventajas individuales o de sus grupos de interés cuando tuvieron la oportunidad de redactar un nuevo pacto social. La farándula política manoseó la demanda de miles de chilenos para tener una mejor vida y la transformó en la defensa de sus propios intereses. Uso -tal como en el viejo cohecho- esos miedos y necesidades en un arma electoral, y provocó una gran tragedia: uso la oportunidad de hacer una nueva Constitución, para darse gustos y satisfacer sus rabias, revanchas y odios. Usó sus tribunas para llenarnos de miedo a lo distinto y enfrentó a los chilenos entre ricos y pobres, nacidos y recién llegados, izquierdas y derechas, y orientaciones sexuales.

Atizados por el voto voluntario, ultras de derecha y de izquierda maximizaron sus resultados electorales a costa de la paz, la tranquilidad y la posibilidad de hacer cambios bien hechos en Chile. Esto nos llevó a la encrucijada ridícula de sentir que el mundo se dividía en dos y que había que evitar el acuerdo porque era mejor exacerbar las disputas, ya que en ese río revuelto ganaban los pescadores. Claro, los pescadores de odio.

Acá hay responsables: aquellos que desde la política caímos en la estupidez de la polarización, y quienes, desde la Convención, se sintieron dueños de Chile y sus opiniones. Lo del domingo es el resultado de un trayecto absurdo de una política de identidades y no de mayorías; una tremenda bofetada de sentido común.

Resuenan ridículos estos días los emplazamientos de quienes fueron derrotados exigiendo garantías o los que siguen tratando al pueblo chileno como estúpidos manipulados por los medios. La sensatez chilena volvió a imperar; hay que rascar donde pica, cambiar la política y las instituciones para mejorar la vida de los chilenos, no al revés. Se requiere una política capaz de igualar esfuerzos y armonizar la debida libertad y justicia en un país de contrastes.

La gran mayoría de los chilenos no eran totalmente Rechazo ni completamente Apruebo, y por lo mismo podemos volver a abrazarnos, no como ganadores o perdedores, sino como parte de un mismo camino: cambiar para estar mejor y decirle adiós a los fanáticos que tanto contaminan ese debate.

Por lo mismo, no estamos felices, pues rechazamos la oportunidad perdida. Se requiere terminar con la porfía de aquellos políticos que quieren vernos enfrentados. No hay futuro en un Chile bicolor. Hoy se nos abre una nueva oportunidad de ponernos de acuerdo.

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