Columna de Tomás Rau: Salario mínimo: mínima prudencia



El debate sobre el salario mínimo es un tema controversial. Mientras algunos argumentan que aumentarlo es necesario para garantizar salarios justos y reducir la desigualdad, otros sostienen que un aumento de este puede tener efectos adversos en el mercado laboral.

Como se ha discutido en el último tiempo, uno de los principales riesgos de un aumento del salario mínimo es su impacto en el empleo. Los empleadores, especialmente las Pymes, enfrentarán una presión en sus costos laborales que llevará a algunas de ellas a reducir su personal o a cerrar. Otras empresas podrán traspasar a precios dicho aumento o reducirán beneficios a sus trabajadores. Esto disminuirá las oportunidades de empleo, especialmente para los trabajadores menos calificados. Algunos desempleados tendrán incentivos para transitar al sector informal con la precariedad que ello implica. Así, los desempleados y trabajadores informales terminarán financiando parte de dicho aumento. ¿Pero, de cuántas personas estamos hablando?

La literatura internacional muestra que alzas acotadas en el salario mínimo causan efectos moderados en el empleo agregado de corto plazo. Un reciente metaanálisis de Jiménez y Jiménez (2021), que revisó más de 580 estudios sobre los impactos del salario mínimo en el empleo en el último siglo, corrobora que los efectos son negativos, robustos y acotados. Así, un alza de un 10% en el salario mínimo, en promedio, reduciría el empleo en cerca de un 0,7%.

Entonces, ¿por qué preocuparnos de un alza del salario mínimo? Porque el alza propuesta por el gobierno de un 22% nominal y cerca de un 14% real (si se mantienen las predicciones de inflación del Banco Central) dista de ser moderada y aumentará de forma significativa el costo laboral de las empresas que pagan dicho salario: las Pymes. No es sorpresa que ellas no sean parte del acuerdo del gobierno y la CUT, porque por más subsidios que se entreguen, estos no serán sostenibles en el largo plazo (enhorabuena, ya se han gastado US$ 137 millones en subsidios a las Pymes para pagar el salario mínimo en el último año) y los efectos en una economía que se contrae se harán notar tarde o temprano. Por otra parte, dichas alzas incentivarán la automatización de trabajos que son “automatizables” en el largo plazo.

A eso debemos agregar otras reformas que harán más complejo el escenario. La ley de las 40 horas (ya aprobada) junto con la reforma previsional que aumentará la cotización en 6% a cargo del empleador (impuesto al trabajo), y la reforma tributaria pondrán una presión importante en las empresas. Como mencionó la presidenta del Banco Central, se debe mirar todos los factores que se están introduciendo en el mercado laboral e ir dosificándolos en el tiempo, para que éste tenga la capacidad de absorberlos. Adelantar el propio cronograma del gobierno respecto a alcanzar un salario mínimo de $500 mil al final de su período no conversa con dicha premisa.

Es importante dejar el negacionismo económico que vimos en el caso de los retiros previsionales y considerar los efectos que tienen las medidas económicas. Necesitamos volver a crecer y aumentar la productividad, estancada desde hace una década. Solo así garantizaremos un aumento sostenible de los salarios. Aún estamos sufriendo la resaca de la farra de los retiros con una inflación que tardará un par de años en normalizarse. Parafraseando a los Beatles, pareciera que aquí la “querida prudencia” no quiso salir a jugar…

Por Tomás Rau, profesor titular y director del Instituto de Economía UC

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