Columna de Yanira Zúñiga: Homo faber vs. homo sapiens

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Sebastián Edwards propuso recientemente separar a “Beauchef” de la Universidad de Chile y eliminar las becas en humanidades para concentrarlas en ingeniería aplicada. Edwards precisó más tarde que se refería solo a “algunas humanidades”, entre otras, la teoría crítica y el feminismo radical. Tras este tosco planteamiento subyace una cuestión más amplia e interesante que remite a un enfrentamiento histórico entre dos arquetipos: el homo sapiens y el homo faber.

La idea de que los seres humanos poseen cualidades superiores a las de otros seres vivos se enraíza en la particularidad del intelecto y raciocinio moral humanos. De ahí que la etiqueta homo sapiens designe comúnmente a la especie humana. Pero, a partir de la modernidad el homo faber (aquel que fabrica) destronó al homo sapiens.

En La Condición Humana, Hannah Arendt explica que la productividad sin precedente que trajo consigo la modernidad transformó al trabajo productivo en la medida de todas las cosas. Así, Smith y Marx coincidieron en su desprecio por la labor improductiva, la cual calificaban de parásita. Si bien el trabajo intelectual logró imponerse a la labor manual en este tránsito epocal, la contemplación pausada y reflexiva del mundo cayó, en cambio, en progresivo descrédito. El exministro de Economía José Ramón Valente ilustró este paradigma en una entrevista de 2019. “La vida es muy corta. Siento que si leo una novela es tiempo que le estoy quitando a aprender algo”,dijo.

Las tareas domésticas sufrieron la misma suerte que la labor puramente intelectual. Concebidas como no productivas, fueron despojadas de valor social y económico. Como observó Beauvoir, el arquetipo del homo faber, encarnado por los hombres, gobierna esta interpretación. Mientras los varones están predestinados a sostener a la colectividad, no como lo hacen las abejas obreras mediante un simple proceso vital, sino fabricando, inventando; las mujeres están condenadas a repetir diaria y mecánicamente actividades necesarias para atender a las familias, decía Beauvoir.

No cabe duda de que la capacidad de producir bienes y crear tecnología ha sido un motor de avances fundamentales. Pero la evolución social no es un juego de suma cero, en que unas capacidades humanas o ciertos grupos deban sacrificarse por inútiles. Contemplar el mundo, con sus luces y sus sombras, cuestionarlo e imaginarlo de manera divergente, ha permitido humanizarlo y perfeccionar sus instituciones. La teoría crítica y la teoría feminista (ambas denostadas por Edwards) nacieron, de hecho, como reacción a grandes tragedias y deudas sociales. Estas teorías pueden reinventar la vida social de la misma forma que la tecnología reinventa la materia. Degradar la racionalidad a un apéndice de la actividad humana equivale a invertir la polaridad de nuestra evolución social. Socava también las bases de un conjunto de ideas morales, económicas y políticas (como la igualdad o la democracia) que han beneficiado a la humanidad.

Por Yanira Zúñiga, profesora Instituto de Derecho Público, Universidad Austral de Chile

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