Criticar TPP-11 no es apoyar a Trump

Trump
Foto: La Tercera/Archivo


En las últimas dos semanas varios funcionarios y políticos han afirmado dos cosas: que la bancada crítica al TPP-11 está cayendo en un proteccionismo conservador, al más puro estilo de Trump y que, a su vez, serían presos de una ceguera ideológica, al no reconocer las virtudes de la política comercial chilena de los últimos treinta años.

¿Son correctas esas aseveraciones? Partamos por la última afirmación. Chile desde los noventa inició un ciclo de acuerdos de libre comercio con el mundo que le abrió grandes mercados para sectores donde posee claras ventajas comparativas: minería, forestal, frutícola y agrícola. En base a dicha apertura, el país inició un crecimiento en torno a las exportaciones y recibió un importante flujo de inversiones extranjeras (en cobre y servicios principalmente),  que le brindó una década de dinamismo económico.

Pero las fuentes de su éxito fueron las semillas de su posterior estancamiento: nos hemos diversificado siempre en torno a bienes intensivos en recurso natural y trabajo de baja cualificación (hoy por hoy, menos del 10% de las exportaciones son manufacturas no-dependientes de recursos naturales), mientras que la economía profundiza su desindustrialización (las quiebras de Maesk, Calzados Albano y Guante, son solo los últimos casos de la tendencia).  A su vez, las inversiones extranjeras han carecido de fuerzas para generar encadenamientos productivos con proveedores locales en áreas difusoras de conocimiento y menos han transferido tecnología al tejido nacional.

De esa forma, hemos crecido, pero no hemos dado un salto hacia sectores intensivos en conocimiento. El libre mercado puede ser eficiente en dar señales e incentivos para especializarnos en aquello donde hoy poseemos ventajas, pero está plagado de fallas cuando se intenta dar saltos a nuevas áreas. Para solucionar esto, Finlandia y Corea del Sur, por ejemplo, optaron por una política de apertura comercial pero de la mano de un paquete de políticas industriales (subsidio a exportaciones no tradicionales, restricciones a las inversiones extranjeras, empresas públicas en áreas estratégicas e incluso una débil protección a patentes para permitir la difusión nacional) que solucionaron dichas fallas y, a su vez, permitieron la innovación. Solo en Chile esas medidas se asocian a un intervencionismo ineficiente. En efecto, incluso economistas del FMI hoy están sugiriendo que los gobernantes superen sus cegueras ideológicas e implementen políticas industriales (Cherif, Hasanov, 2019).

Así, lo que Chile require es un nuevo despegue económico que saque al país de su estancamiento en términos de diversificación exportadora y productiva.  Pero eso implica una nueva estrategia y no seguir, cual inercia política, con la antigua centrada en abrir mercados.

De esta forma, llegamos al primer punto inicial. ¿Es mero proteccionismo la crítica al TPP-11? Pues no. El TPP-11 es parte de la antigua estrategia que ya es poco útil si lo que queremos es iniciar un nuevo despegue económico sobre bases más sólidas (y menos extractivas). Primero, sus ventajas como continuar la rebaja arancelaria con países con los cuales ya temenos TLCs es, por de pronto, marginal para efectos de aumento exportador. Los gremios agrícolas pueden demandar la firma del TPP-11 y decir que es clave para su crecimiento exportador, pero su sector hace tiempo que no cumplió la promesa de entrar en una 'segunda fase exportadora'.

¿Permite el acuerdo que el Estado pueda requerir, como lo hace China hoy, que las inversiones extranjeras transfieran tecnología al tejido nacional para poder escalar en la cadena de valor global? Al igual que con los TLC anteriores, este acuerdo le brinda al inversionista la posibilidad de utilizar tribunales internacionales para demandar al Estado si solicita implementar dichas medidas. Aquello es una gran limitante a la posibilidad de escalar en cadenas de valor. Pero también consolida un régimen de patentes excesivamente rígido (muy diferentes a los que tuvieron los países hoy desarrollados durante sus despegues) y restringe el espacio para subsidiar exportaciones no tradicionales o establecer impuestos pro-diversificación (como las aplicadas por Corea del Sur y Finlandia).

En pocas palabras, el acuerdo no brinda novedosas medidas para iniciar un nuevo despegue más allá de las ventajas comparativas dadas y restringe (al igual que los TLC anteriores) políticas que podrían colaborar con ese despegue. ¿Son esas dudas y críticas al TPP-11 hacerle el juego a Trump, como señalan algunos? Creer aquello es, hoy por hoy, el más claro ejemplo de la ceguera ideológica de los defensores del acuerdo.

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