Columna de Daniel Vercelli: Desarrollo de la IA: Un equilibrio entre impacto ambiental y progreso tecnológico



En los últimos años la inteligencia artificial (IA), se ha convertido en una de las áreas más prometedoras y desafiantes del progreso tecnológico. Sus aplicaciones son cada vez más variadas y potentes, abarcando desde la medicina personalizada, pasando por la educación, el transporte y la seguridad, hasta la mayor eficiencia de millones de tareas y el diseño de soluciones a problemas muy complejos. La IA tiene el potencial de mejorar la calidad de vida de millones de personas y crear nuevas oportunidades de desarrollo. Y cuando se trata de enfrentar retos titánicos como la crisis climática, puede transformarse en una poderosísima herramienta.

Sin embargo, y como toda innovación, la IA también implica riesgos y costos que no podemos ignorar. Uno de ellos es el impacto ambiental que se genera al alimentar los servidores que procesan los enormes volúmenes de datos que requiere la IA, con el uso intensivo de recursos como el agua necesaria para la refrigeración y la energía. Un estudio de la Universidad de Massachusetts reveló que entrenar un modelo de IA avanzado puede emitir más de 600 toneladas de dióxido de carbono, lo que equivale a la huella ecológica de cinco automóviles durante toda su vida útil. Otro informe de la Universidad de Stanford estimó que el consumo de energía de los centros que alojan la IA se duplicará cada cuatro años. También se calcula que unos pocos “prompts” (o requerimientos que hacemos a la IA), serían responsables del consumo de hasta medio litro de agua por unidad (multipliquemos eso por los millones de prompts diarios que se crean y dimensionaremos las potenciales consecuencias hídricas).

Estos datos nos muestran que el desarrollo de la IA no es neutro desde el punto de vista ambiental, sino que tiene consecuencias negativas que debemos minimizar ¿Qué podemos hacer al respecto? Una opción es mejorar la eficiencia energética y el uso del agua en los servidores mediante el diseño de sistemas más optimizados, el empleo de fuentes renovables, la innovación en sistemas de refrigeración, la programación de tareas, entre otras opciones. Una alternativa distinta es reducir la demanda mediante la utilización selectiva y responsable de la IA, evitando aplicaciones innecesarias o redundantes, y priorizando aquellas que tengan un beneficio social o ambiental, aunque esto probablemente sea difícil de auto regular. Ambas opciones requieren, en todo caso, que desde el mundo privado se conozcan los alcances y se invierta en su mitigación, de manera de escalar una tecnología que promete ser un muy buen negocio y una pieza clave en la creación de valor futuro. Por ejemplo, la IA puede ser tremendamente útil para mapear el deshielo o la deforestación, identificar las zonas en riesgo u optimizar los recursos, como ocurre con la frecuencia de riego en la agricultura o la gestión de residuos, por mencionar algunos casos.

En nuestro país hemos visto en los últimos días el caso de la inversión del data center de una de las empresas más grandes del mundo en el ámbito de la tecnología y la IA, cuya tramitación ha dado cuenta de al menos tres cosas: 1) los impactos que hemos mencionado, sobre todo en el uso de agua, 2) el esfuerzo privado por disminuir esos efectos a través del cambio de tecnologías de refrigeración (reduciendo el agua proveniente de napas subterráneas), y 3) un andamiaje estatal algo laberíntico de mecanismos, instituciones y atribuciones, que no ha sido capaz de procesar las mejoras del proyecto (ocurridas durante su diseño y la gestión del permiso correspondiente), generando la paralización (o al menos el retraso) de un plan que fue modificándose positivamente durante todo el proceso.

El crecimiento humano sostenible sigue dependiendo de múltiples factores que no se reducen a una variable tecnológica y a la aparición de innovaciones disruptivas, en paralelo deben considerarse los impactos medioambientales y sociales. Para ello necesitamos de marcos, procedimientos e instituciones públicas que logren actualizarse y adaptarse a la velocidad de los avances, acompañando y poniendo las salvaguardas respectivas para que la transformación digital sea realmente sustentable, eliminando los ripios que nos atrapan en paradojas cuyo resultado y beneficio final es al menos dudoso. Tan lamentable como un desarrollo tecnológico que ignore los efectos negativos que puede causar en el medioambiente y las comunidades, es el terminar ahogando el progreso bien hecho, desconociendo su importancia y la oportunidad que significa para dotarnos de herramientas que nos ayuden a resolver problemas y generar mayor prosperidad.

Por Daniel Vercelli Baladrón, co-fundador y Managing Partner de Manuia, director de empresas

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