¿Derecha sin legado?

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Por Carlos Meléndez, académico UDP y COES

¿Qué legado puede dejar un Presidente de derecha que enfrentó movilizaciones sociales masivas e históricas, incluso en tiempos pandémicos? ¿Cuál es el futuro de las coaliciones partidarias que celebraron la llegada al poder de los defensores de la economía de mercado y que hoy cargan con el peso de niveles inéditos de desaprobación gubernamental? Sebastián Piñera e Iván Duque, que corrieron similar suerte en el encargo de sus gobiernos, entran en la recta final de sus mandatos con saldo negativo. A pesar de sus reacciones clave frente a la pandemia de Covid-19 (Colombia tuvo mayor gasto en inversión social e instrumentos de liquidez que gestiones de izquierda en América Latina; Chile llevó adelante un proceso de vacunación ejemplar), es muy difícil que algún sucesor presidencial emerja de sus entornos con posibilidad de éxito electoral. Para muchos, han sepultado, al menos en el corto plazo, las aspiraciones de la derecha de retener el poder.

Las derechas chilena y colombiana, al retornar al poder, se congelaron en la narrativa ideológica de sus éxitos parciales previos. Proyectaron el futuro insistiendo en una agenda anacrónica. Piñera insistió en el discurso exitista de Chile como “oasis” de la región, a pesar de la politización de la desigualdad que daba forma contestataria al malestar social. Por su parte, Duque prolongó la narrativa uribista de la lucha contra las FARC, como si el proceso de paz no se hubiese llevado a cabo y las exigencias sociales no hubiesen migrado de la seguridad a la economía. Ambos presidentes gobernaron el inicio de la tercera década del siglo XXI como si se tratase de la primera.

¿Qué puede hacer la derecha ante la desigualdad, si considera que esta es natural? Aunque parece resignada a su premisa ideológica de “no se puede hacer nada”, en la práctica, los gobiernos de derecha han abordado técnicamente los indicadores sociales para intentar disminuir la desigualdad y la informalidad. En la teoría, estos esfuerzos son inverosímiles e invisibles, no son creíbles ni palpables ante la opinión pública porque la derecha tecnocrática -como la de Chile, Colombia, Perú, o Argentina-, no cuenta con una política eficiente (en forma y fondo) para los perdedores. En cambio, sabe capitalizar los momentos optimistas por los que atraviesan las sociedades y son diestros en convertir el entusiasmo en votos. Su persistente carencia de oferta para los momentos depresivos, empero, les cuesta caro en la actualidad, en que la región atraviesa un pesimismo pandémico.

¿Qué puede hacer la derecha para suplir el hecho de solo ofrecer recetas neoliberales en una región con altos índices de pobreza y desigualdad? Una opción es politizar temas culturales (lo que le ha funcionado a la derecha europea), pero ello no es suficiente en países donde no hubo revolución cultural y donde las sociedades son predominantemente conservadoras (Perú). Además, la alternativa “fácil” puede tornar en autodestructiva (Bolsonaro en Brasil). La “difícil” -y sensata- es un giro de tuerca programático que no se quede en la justificación de las gestiones salientes.

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