El deterioro del Congreso

Congreso
Congreso.


No son pocos los parlamentarios que demuestran a diario que no están calificados para el cargo, lo cual deja en evidencia una falla estructural de nuestra democracia: la ausencia de sentido de Estado en los partidos, que tienen la responsabilidad de seleccionar a los candidatos. En los hechos, les da lo mismo si los postulantes cuentan o no con las competencias requeridas para desempeñarse como legisladores: solo les interesa que aporten votos. Allí se sintetizan las servidumbres derivadas de la banalización de la política, cuyo rasgo principal es el desdén por el interés de la comunidad y la priorización de la carrera por los cargos y los negocios de grupo.

No pocos diputados están convencidos de que la política es un show cotidiano, y viven para actuar ante las cámaras. Saben poco de todo, pero se las arreglan con frases de efecto y gestos para la galería. Parecen rupturistas, pero lo que más les interesa es su propia reelección. Expresan una suerte de ideología de la farándula, que aprovecha las falencias del debate político para vender ilusiones. La celebridad que han alcanzado, hay que decirlo, ha contado con la colaboración de numerosos periodistas que piensan parecido.

No es un asunto de edades, por supuesto. Hay jóvenes y viejos de todo tipo. Lo central es la liviandad con que esos parlamentarios desempeñan el cargo. En el acto de presentación de la acusación constitucional contra la ministra de Educación, llamó la atención que, junto a los más entusiastas, la gente del FA, buscaban su lugar en la fotografía algunos políticos veteranos como González del PPD, Ascencio de la DC y Hirsh del PH, que se veían felices de demostrar que ellos también pueden actuar con desenfado. Era una muestra más de que hizo escuela la actitud de congraciarse con la generación que saltó de las marchas estudiantiles al Congreso y que ha hecho tanto ruido en estos años.

El Congreso ha perdido autoridad ante el país, en particular la Cámara de Diputados, y en ello llevan una alta responsabilidad quienes ofrecen alternativas tramposas a los ciudadanos, como hacerles creer que una ley puede determinar que la gente reduzca su jornada laboral y siga percibiendo los mismos ingresos. En el caso de que las personas pasen a trabajar menos horas, ninguna ley puede obligar a las empresas a mantenerles el mismo pago anterior. Afirmarlo es populismo puro y duro.

Ayer se cumplieron 46 años del golpe de 1973, y es obligatorio recordar que Chile se precipitó al desastre porque antes se envileció la política, se exacerbaron las furias sectarias, se esterilizó la función del Congreso como espacio de racionalidad, se fracturó el sentido de nación. El odio y el miedo abonaron el terreno. Tenemos que combatir la mala política, no permitir el descrédito de las instituciones, enfrentar la visión malsana de que el fin justifica los medios, proteger la democracia.

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