Dos caras de la moneda

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Esta semana un par de imágenes marcaron un episodio más en la dramática historia que vive Venezuela y su pueblo. Por una parte, las referencias de Miguel Bosé hacia la ex Presidenta Michelle Bachelet no fueron del todo elegantes. Pero más allá de las formas, las que me imagino serán reprochadas como sexistas e incluso violentas, el punto que hace el icónico cantautor español -que digamos no es precisamente un agente del conservadurismo y la derecha- es que resulta intolerable el silencio y la inacción que la alta comisionada para los Derechos Humanos ha tenido con respecto de la crisis política, social y humanitaria que se vive en dicho país.

Pero mientras algunos intentan excusarla echando mano a las dificultades propias de la burocracia en los organismos internacionales o al eufemismo en el lenguaje y proceder de estas instituciones, nos recorre a muchos una sospecha: y no es otra de que las cosas serían algo diferentes -o ciertamente muy distintas- si Maduro fuera la cabeza de un régimen derechista, el que enarbolando las banderas del orden o el mercado, hubiera sistemáticamente conculcado derechos civiles y políticos básicos de los ciudadanos venezolanos.

Por la otra, nuestro Presidente de la República tiene esa extraña cualidad que consiste en degradar con sus excesos incluso las causas más virtuosas o nobles. Es así que su presencia en Cúcuta no solo estaba de más por la poca pertinencia de un viaje de esta naturaleza, sino porque los problemas al interior de nuestro país -especialmente en torno a los incendios del sur y las lluvias del norte- reclamaban con mayor urgencia un despliegue total del gobierno, el que ojalá hubiera sido encabezado por él.

Pero Piñera una vez más no se aguantó. Quizás compelido por esa fuerza que siempre lo lleva a buscar más respeto y reconocimiento, como creyendo que con estas acciones podrá por fin alcanzar esa imagen de estadista que tanto le ha sido esquiva, termina en un extraño viaje -cuyas contingencias no solo fueron mecánicas- y en una polémica sobre lo impropio de politizar nuestras relaciones internacionales. En efecto, los excesos de protagonismo de este Presidente, como también de cualquier otro, poco ayudan a darle un carácter de Estado a decisiones tan relevantes en el concierto internacional; al punto que, y tal como ocurrió con el pacto migratorio, se asienta la sospecha de que sus mayores motivaciones son internas y personales.

No solo somos esclavos de nuestras palabras, sino también de nuestros silencios; de igual manera que también se nota cuando, por un interés personal, llevamos adelante una acción de manera incorrecta o pretendemos dejar de hacer lo debido.

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