El alambrito

naranja


Los días en La Moneda transcurren con relativa normalidad. Ocupar la Presidencia de la República, a fin de cuentas, no es tarea tan compleja ni demanda enormes capacidades. Se trata de sobrellevar los cuatro años, asumiendo que en ese lapso es bien poco lo que se puede cambiar y, por lo demás, tampoco se necesita tanta reforma.

Una propuesta por aquí, un discurso por allá, un viajecito de vez en cuando y vamos pedaleando. Quizás lo único importante –y para resaltar esto existen los agudos analistas políticos- es "mantener el control de la agenda", lo que en la práctica se traduce en cantidad de titulares y segundos de exposición en la TV. Para ello, los "asesores estratégicos" elaboran sesudas minutas que permiten al gabinete decir dos o tres frases ("cuñas", les llaman) con cierta coherencia sin necesidad de conocer ni cuestionarse el asunto de fondo.

¿Y qué ocurre cuando hay crisis?, se preguntará usted. No se preocupe, no existen. ¿Se refiere usted, por ejemplo, a la nube tóxica que envió a un montón de quinteranos al hospital? Pues basta con echarle la culpa a alguien, quizás una visita rápida y ordenar una investigación. Al menos, así lo hicieron los antecesores. ¿Le rechazan el sueldo mínimo en el Congreso? Arme un buen discurso, diga que la oposición está afectando a los más pobres y ya está. ¿La reforma tributaria no vuela? Qué más da, usted mantiene el "control de la agenda".

Lamentablemente, esta normalidad a veces se ve interrumpida por situaciones críticas que alteran hasta el más calmo espíritu. Ocurre, por ejemplo, cuando invitamos a cenar a un distinguido presidente de un país hermano y –¡cha, cha, cha, chán!- los naranjos del patio están sin naranjas.

¿Cómo ha podido suceder esto? ¡Exijo una explicación! ¡Pero qué bochorno! ¿Qué dirá Pedro? Naranjos sin naranjas nos dejan como un gobierno sin rumbo y desprolijo. Reflejan una economía que no está dando los frutos esperados. Algo no anda bien en un país donde los naranjos no tienen naranjas. Incluso podría ser visto como efecto del cambio climático. Los tiempos mejores requieren naranjas, millones de naranjas.

Por suerte estamos en Chile y aquí manejamos a la perfección uno de los instrumentos de alta precisión e ingeniería más oportunos ideados por el ser humano: el alambrito. Así que convoquemos a una comisión y que los ministros de Agricultura y Obras Públicas pongan manos a la obra. Si el país no da naranjas, se las pegoteamos.

Alambrito para el Cau-Cau. Alambrito para Quintero. Alambrito a la reforma tributaria. Alambrito al sueldo mínimo. Total, ya viene el 18 y después de eso… se acaba el año.

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