El Chile triste

30 Marzo 2020 Gente con mascarillas por precaucion de la pandemia de Coronavirus que afecta al pais esperan para entrar al supermercado Lider de las calles Macul con Rodrigo de Araya. Foto : Andres Perez


Que esta peste es global, lo tenemos claro. Ahora, que las respuestas sean locales vuelve a poner la atención en nuestras idiosincrasias, y las hay bien distintas. No nos ponemos a cantar desde los balcones como italianos; no guardamos las distancias que les resulta natural a anglosajones, ni tampoco somos ingleses flemáticos; carecemos de disciplina germana; sería absurdo confiar en nuestra capacidad de autocuidado como en Suecia; ojalá tuviésemos inteligencia tecnológica como los israelíes. Fruto de estas idiosincrasias se saldrá bien o no tan bien de esta calamidad mundial.

¿Y en Chile? Tenemos varias virtudes a favor. Nos hemos mostrado corajudos en guerras y catástrofes. La familiaridad con lo infausto debiera suponernos vacunados, aunque por lo visto no somos del todo inmunes. Es que nuestra tristeza proverbial -“Hay exceso de lágrimas en Chile/ mucho llanto continuo” (Juvencio Valle)- no ayuda para nada, menos en estas circunstancias. Su culto e insistencia reciente, seamos francos, tiene mucho de interesado. A Recabarren, Manuel Rojas, Alberto Romero y Gómez Morel se les reedita. A la Mistral desolada y al Neruda existencial se les sigue leyendo. La fotografía de denuncia de Sergio Larraín se exhibe más que nunca, y bien que sea así, no se les archive a todos ellos. Pero al igual que con la “Nueva Canción Chilena”, cabe preguntarse, qué tan nuevo o reiterado es este repertorio amargo.

Extrememos más el punto, ¿cuánto hay de ritual retórico pedagógico en el rescate de esta tristeza? ¿Se la evoca porque somos ontológicamente tristes, condenados en este país para siempre, hagamos lo que hagamos, o cabe sospechar cierto aprovechamiento ideológico y comercial en ahondar la vena derrotista? Desde que Mac-Iver en 1900 hablara sobre “Crisis moral de la República”, se manifiesta cierta predisposición a machacar en fracasos y desdichas: da réditos políticos. Últimamente, lo llaman “no olvidar”, insistiendo en la fatalidad acumulada desde la Conquista (hacienda, salitreras, capitalismo, marginalidad, 1973…). ¿Hasta cuándo, hasta no quede más alternativa que apostar a estallidos, es que no hay otra salida? Antes del 18-O, según Ipsos Group, Chile figuraba como el cuarto país más infeliz del planeta. Al parecer esta desgracia es ahora achacable a todos. Quién se hubiese imaginado que la tan encomiada por algunos “Primera Línea” incendiara un museo dedicado a Violeta Parra. Muy triste y desesperado. Alguien de izquierda debiera explicar semejante atentado autoinfligido, patético. Se supone que ella es de ellos.

En esta vuelta, estamos todos ante un mismo desafío. Vale, entonces, ponderar estas cargas ideológicas que nos condicionan. Partir de un fatalismo endémico, desde esa misma partida, hace más difícil el reto. En eso, los chilenos lo tenemos doblemente duro.

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