El desafío chino del nuevo presidente de Estados Unidos

Advertimos una mayor voluntad por parte de las autoridades estadounidenses y europeas de afrontar, bloquear o contener las ambiciones expansionistas de las empresas tecnológicas chinas que hemos llamado “campeones nacionales”, lo que sugiere que las oportunidades para sus mercados interiores serán mejores.



El reñido recuento de votos en Estados Unidos aún no permite dar por vencedor a uno de los dos candidatos presidenciales. Lo que sí sabemos es que quien se alce con la victoria deberá iniciar su mandato en dos meses y medio más, enfrentando una larga lista de desafíos ligados, entre otros, a la pandemia por el Covid-19 y la atención sanitaria, la polarización de la sociedad norteamericana y el rol del país en política exterior.

Si tuviéramos que definir cuál sería el mayor reto para el nuevo presidente, su nueva administración y los aliados occidentales, este sería, sin duda, el restablecimiento de las relaciones económicas y políticas entre Estados Unidos y China.

El actual presidente, Donal Trump, ha sabido – en medio de la desarticulación social de Estados Unidos, la política radicalizada y la disparidad económica- encontrar en la necesidad de contener a China un asunto en el que casi todos los estadounidenses parecen estar de acuerdo y que, de hecho, ha llevado a un inesperado consenso entre demócratas y republicanos que probablemente se perpetuará durante décadas.

Por eso, es importante que los inversionistas estén conscientes de que este conflicto es totalmente diferente a otras rivalidades que en tiempos pasados se han dado entre superpotencias. Más que la supremacía política o la capacidad militar, esta Nueva Guerra Fría se librará en los frentes comercial y económico, siendo sus campos de batalla el acceso a la tecnología, el capital, las cadenas de suministro y los mercados.

Si tenemos en cuenta que China y Estados Unidos han pasado las dos últimas décadas integrando sus economías, desvincularlas no va a ser una tarea fácil. Es importante, por ejemplo, reseñar que China es el mayor titular de bonos del Tesoro de Estados Unidos y ha sido uno de sus principales socios comerciales en la última década.

Para los inversionistas con un fuerte foco en Asia va a ser necesario reaccionar y adaptar

sus estrategias de inversión en esos mercados. Para ello, hay tres temas estructurales que desde Credit Suisse consideramos que engloban los posibles cambios que vendrán y permiten posicionar las carteras de inversión de forma adecuada: la elevada volatilidad, las esferas de influencia y los “campeones nacionales”.

En relación al primer punto, toda Asia ha vivido un cambio geoeconómico irreversible, por lo que necesita una prima de volatilidad más alta. En este sentido, la mejor cobertura contra la volatilidad del mercado sigue siendo una cartera bien diversificada y equilibrada.

En el caso de las llamadas “esferas de influencia”, destacamos que, si bien China ha hecho esfuerzos por internacionalizar el renminbi y atraer flujos de capital hacia sus mercados internos de renta fija y renta variable, el resto de Asia se encuentra firme en el bloque del dólar, por lo que vemos que la Fed, las tasas de interés de Estados Unidos y el dólar continuarán siendo condicionantes importantes para las decisiones de inversión y de asignación de activos.

Por último, advertimos una mayor voluntad por parte de las autoridades estadounidenses y europeas de afrontar, bloquear o contener las ambiciones expansionistas de las empresas tecnológicas chinas que hemos llamado “campeones nacionales”, lo que sugiere que las oportunidades para sus mercados interiores serán mejores.

Con todo lo anterior, desde el punto de vista financiero, si incorporamos esta mirada estratégica de los grandes ítems mencionados podremos sortear con éxito el desafío chino.

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