El día después...



Será lunes. El primer día de la semana, uno que habla de comienzos, que nos invita a planificar, proyectarnos y organizarnos. Una invitación, de las tantas que nos regala este proceso constituyente, a establecer nuevas y necesarias conversaciones. Porque, tras la histórica votación del domingo 25, nuestro día después, el de los titulares que recorrerán el mundo, marcará un punto de partida. La ciudadanía se habrá pronunciado en torno al futuro común para Chile. Y no hay que equivocarse. El resultado que se obtenga no deberá interpretarse en blanco y negro o de vencedores y vencidos. Porque ante la magnitud de los desafíos, la tarea de construir un nuevo pacto social nos debe convocar e incluir a todos y a todas.

Enfrentamos tiempos difíciles y un malestar social que se ha ido instalando de manera profunda, con razones multifactoriales de las que ya surge un camino posible: acometer reformas estructurales y cambios de conducta que nos permitan superar la dolorosa desigualdad de ingresos y oportunidades, la segregación, la violencia en el trato y dignidad de las personas, las discriminaciones por género, etnia, orientación sexual y tantos otros síntomas de una sociedad cuya dinámica e inercia obstaculiza la movilidad social, la cohesión y mayor calidad de vida de sus habitantes. Cambiar para que nada cambie ya no es opción.

Es claro. La transformación social no afecta de la misma manera a las personas, en particular a hombres y mujeres, pudiendo acrecentar las desigualdades, como ha ocurrido en estas décadas de desarrollo económico. Por eso, al despertar, el 26 de octubre tenemos que preguntarnos ¿qué puede hacer cada uno para avanzar y hacer las cosas distinto? Un reciente estudio de “Percepciones sobre desigualdad de la élite chilena” (Círculo de Directores, Unholster, ESE Business School) ya dio algunas pistas sobre la importancia de tomar conciencia. La élite chilena tiene una visión “idealizada” de la realidad de quienes viven en comunas de nivel socioeconómico medio o bajo. Por ejemplo, creen que la clase media es el 57% de la población, cuando en realidad son el 20%, o que la clase baja es el 20% cuando en verdad es el 77%, entre otros. No obstante, el 65% considera que la desigualdad debería estar entre los principales problemas a resolver en el país.

Y cómo no va a serlo, si ya sabemos que en tiempos de pandemia el mayor esfuerzo económico para subsistir lo han puesto las propias familias echando mano, principalmente, del 10% de las AFP y por 16 mil millones de dólares (Superintendencia de Pensiones), mientras el Estado ha aportado con 4 mil millones de dólares (Dipres).

Y ahora ¿cómo avanzamos? Dialogando con respeto, atreviéndonos a escuchar lo incómodo, superando las desconfianzas y fortaleciendo la democracia. Un diálogo en que las mujeres debemos ocupar un papel preponderante. Por eso, este domingo, hagamos historia. Vayamos masivamente a votar para que nuestra voz sea escuchada.

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