El fracaso en Afganistán
La sorpresiva toma de Kabul por parte de los talibanes y el caos que vive el país dan cuenta de la fragilidad del trabajo realizado desde 2001 y de graves errores de evaluación cometidos por Estados Unidos.

La rápida caída de Afganistán en manos de los talibanes es la dramática evidencia del fracaso de la apuesta de la comunidad internacional y especialmente de Estados Unidos en ese país. Después de dos décadas, 2 billones de dólares en gastados y 83 mil millones destinados solo a reforzar y entrenar a las fuerzas militares afganas, el hecho de que todo el territorio haya quedado en manos de los insurgentes a cuatro meses de que el Presidente de Estados Unidos anunciara la decisión de retirar a las fuerzas de su país antes del 31 de agosto próximo no puede ser calificado más que como eso: un fracaso. Uno que da cuenta de evidentes fallas en el trabajo realizado durante las dos últimas décadas, pero también, que vuelve a dejar de manifiesto los graves problemas de valoración y evaluación de las condiciones en terreno de parte de la Inteligencia de EE.UU.
En julio pasado, al ser consultado, el Mandatario estadounidense descartó de plano un colapso del gobierno del entonces Presidente Ashraf Ghani. “No es inevitable que Afganistán caiga en manos de los talibanes, porque las fuerzas afganas tienen 300 mil hombres bien equipados, tan bien como cualquier ejército del mundo, y una fuerza aérea frente a 75 mil talibanes”. Sin embargo, en los hechos, estos últimos lograron avanzar virtualmente sin resistencia en la última semana, capturando una ciudad tras otra ante la rendición incondicional de las fuerzas afganas. Pese a ser los responsables de entrenar y equipar al ejército afgano, Estados Unidos fue incapaz de medir adecuadamente el compromiso que esas fuerzas tenían con el gobierno de Kabul.
Biden insistió, además, que no habría una salida apresurada y que el proceso se realizaría en forma ordenada, protegiendo a quienes durante años colaboraron con las fuerzas estadounidenses. Sin embargo, las dramáticas imágenes del aeropuerto de Kabul dan cuenta que el escenario está lejos de ser el que pronosticaba el Pentágono. Si bien los informes iniciales sugerían que la toma del poder por los talibanes, si se producía, no sería antes de seis a 12 meses desde la retirada de las tropas -para reducirlo luego a 90 días-, en los hechos ésta se produjo incluso antes de la fecha prevista para la salida. Afganistán es conocido como el cementerio de los imperios. Lo fue para los británicos, lo volvió a ser para los soviéticos y lo ha sido de nuevo para los estadounidenses.
Lo que se abre ahora es un escenario incierto y el riesgo real de que vuelva a instaurarse en Afganistán un estado islámico radical. Nada hace presagiar que los actuales talibanes sean distintos a los de 2001, pese a sus intentos por transmitir un mensaje más moderado -el actual líder del grupo fue el principal asesor religioso del desaparecido mulá Omar y el segundo es uno de sus fundadores-, una realidad especialmente grave para las mujeres y las libertades individuales de los afganos. A ello se suma el riesgo de que el país vuelva a convertirse en santuario terrorista como lo fue en el pasado. Al Qaeda, si bien está debilitada, sigue operando en el país al igual que el Estado Islámico. Según Biden, el principal objetivo de la misión de EE.UU. en Afganistán no era reconstruir el país sino eliminar la amenaza terrorista tras los atentados del 11/9. Un objetivo que en las condiciones actuales está lejos de haber desaparecido.
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