El pacto
Mucho se ha discutido acerca de la negativa de Chile a suscribir el pacto global sobre migraciones aprobado por más de 150 estados en la conferencia de Naciones Unidas en Marraquech. Probablemente el argumento mejor instalado y que goza de mayor consenso es que esta decisión rompe con la tradición multilateral que le ha valido a Chile un reconocimiento y estatus a nivel internacional (sumando a ello, además, la negativa de firmar el acuerdo de Escazú). Esto explica la fuerte reacción de nuestros excancilleres, que deploraron la decisión y que gatillaron también una crítica general del mundo político. No obstante, quisiera hacer el punto en dos cuestiones que merecen mayor atención por sus consecuencias respecto a la posición y la credibilidad de Chile en el concierto mundial, especialmente en un ámbito como las relaciones exteriores, que desde hace mucho tiempo se había transformado en una política de Estado y ya no de gobierno, valiéndole una coherencia y consistencia única en la defensa del interés nacional como han sido hasta ahora los procesos que hemos llevado ante la Corte Internacional de La Haya o nuestra comparecencia en diversos foros multilaterales.
En efecto, el primer punto es la consistencia en la acción y el discurso. Asumiendo que en la defensa de su mirada de política exterior y en su análisis de política interna, el gobierno puede tomar la decisión de no suscribir el pacto - mal que mal, tiene la legitimidad para ello-, se hace difícil entender que esa decisión haya sido tomada con tan poca antelación y que haya correspondido a un anuncio que no salió desde nuestra Cancillería, sino que desde el Ministerio del Interior. Bien sabemos que la consistencia y la coherencia son valores que nos permiten sostener la confianza, ello que es una máxima que bien se conoce en el mundo de los negocios, es también un pilar de las relaciones que construyen los Estados en el mundo. De ahí que cueste entender las razones del cambio de opinión que surge en la propia actual administración para haber ratificado en dos oportunidades anteriores (julio y septiembre) su adhesión al pacto y haber anunciado en último momento el cambio de opinión.
El segundo punto, a mi juicio, que merece mayor atención por sus efectos, es la alocución de varios actores políticos, representantes en su totalidad, que aprovecharon este episodio para denostar la existencia misma de estas instancias multilaterales acusando, cito textual, que "la izquierda le responde a los organismos internacionales porque la mayoría está contratada por ellos…" o "los países serios se están saliendo de la ONU". Creo que este punto es el que merece incluso mayor atención que el primero porque, de imponerse como criterio, implicaría que nuestra política exterior debiera girar hacia cierto aislamiento, rompiendo ese multilateralismo que nos ha valido un gran prestigio internacional. En este cuadro, ¿qué pasaría, por ejemplo, con la agenda 2030?, ¿con nuestros convenios y compromisos internacionales?, ¿con nuestra comparecencia ante instancias tan relevantes como la Asamblea general de Naciones Unidas?. Creo que vale la pena poner en este punto el foco, porque un país que ha construido una imagen seria como el nuestro, requiere también ser cuidadoso a la hora de reconocer que estos organismos internacionales han sido un aporte clave en el desarrollo político, económico y social de muchos países, pero sobre todo, han sido actores clave a la hora de buscar mecanismos para mantener la paz mundial. Es labor de todos, pero especialmente de democracias consolidadas como las nuestras, buscar defender su aporte y su legado.
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