Opinión

Columna de María Teresa Bravo: Emociones, imágenes y vergüenza

Aún estoy remecida. El sábado 7 de enero, en Melipeuco, tuve el privilegio de ser una de los 140 facilitadores de diálogo del Encuentro Nacional de Vinculación Social (ENVIS) que se desarrolló en plena Región de La Araucanía.

La participación fue masiva, mucho más que la de otros encuentros 3xi de los que suelo ser parte. Un encuentro intercultural desafiante, sensible y difícil, en tiempos de desencuentros, de violencias y de heridas abiertas.

Fue impresionante y altamente simbólico que casi 1.500 personas de 130 comunas de Chile, de múltiples ámbitos y situaciones sociales, nos congregáramos a los pies del volcán Llaima expresando voluntades de diálogo y anhelos de paz para la región y para el país. Todo un signo de esperanza, sentí, como fruto de la colaboración de Balloon Latam y Corporación 3xi, con respaldo de Corfo y otras instituciones.

Se me puso la piel de gallina cuando en grandes círculos, todos mezclados y ante diversas preguntas, iban pasando al centro los que se hermanaban respondiendo que sí: ¿A quién le gusta el mate? ¿A quién le incomoda el silencio? ¿Quién se siente emprendedor? ¿Quién siente que alguien que quería le hizo daño? ¿Quién ha hecho daño a alguien que quiere? ¿Quién tiene una conversación pendiente con una persona que ya no está? Y así. Tan distintos y tan iguales...

Me parecieron particularmente significativos los pequeños diálogos, gestos y también silencios entre quienes empatizaron, interpelaron y se dejaron interpelar conversando en grupos de hasta 12 personas. Pusieron en común historias de vida, emociones, anhelos y pasiones. Hubo expresiones de dolor, de temor, y también de orgullo por la belleza natural, por la cultura y por lo logrado con esfuerzo, incluyendo emprendimientos e iniciativas culturales que potencian el tejido social. Salió a la luz un llamado profundo a no generalizar ni estigmatizar. Y también clamores a actuar con urgencia ante lo que es intolerable.

Como en un telar, se cruzaron lanas de diversos colores.

Solo como ejemplo, en una mesa una persona Mapuche dijo que heredó con orgullo de sus padres su cultura, su idioma y el resentimiento. “Sí, el resentimiento. Si ustedes conocieran mi historia, sabrían que tengo muy buenas razones para sostenerlo”, señaló. Se respetó un silencio, continuó el diálogo y más tarde agregó: “Yo necesito que ustedes oigan ese resentimiento; que me escuchen. Solo así podré transformarlo”. Resentimiento es también volver a sentir, me doy cuenta ahora.

La vergüenza me inundó al constatar que desconozco la historia, la cultura y la riqueza Mapuche. No sé ni contar hasta tres en mapuzungun, ni sé cómo se dice “sí” y “no”, mientras puedo al menos balbucearlo con respecto a culturas que me son distantes en tiempo y espacio.

Mi ignorancia se me hizo evidente al conversar casi dos horas, tras el encuentro, con un longko y especialmente con su mujer, quien me pareció excepcional. Me abrieron preliminarmente los ojos a múltiples matices, sensibilidades y distinciones que poco o nada había visto; que (peor) ni siquiera sabía que necesitaba conocer, y que, sin querer, este fin de semana yo misma desatendí. Y me invitaron a visitarlos en su lof, en la misma zona que veo con frecuencia en las noticias.

Venceré el miedo e iré. Tengo que ir. Y lo agradezco.

Por María Teresa Bravo, consultora en sostenibilidad y ASG

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