En buena



Por Luis Larraín, presidente del Consejo Asesor de Libertad y Desarrollo

En el día de Navidad mi instinto y formación me llaman a una columna en que reine la concordia. Por ello, parto por saludar y felicitar a Gabriel Boric, presidente electo de Chile y también a José Antonio Kast, su rival en la segunda vuelta. Presidente electo con clara mayoría uno y depositario de una considerable cantidad de votos el otro.

También ese espíritu me llama a entregar gratuitamente algunas ideas que puedan serles útil, especialmente a Gabriel Boric, que tiene la principal responsabilidad de responder a las expectativas de tantos chilenos. Prometo que mis aportes no serán píldoras envenenadas (he sido un férreo opositor a su candidatura); son el simple traspaso de experiencias vitales.

La primera sería que el presidente electo recogiera el espíritu de una gran mayoría de chilenos, mayor incluso a la que obtuvo él, que clama por un país en paz y no uno que enfrente a unos chilenos con otros. Que recogiera el guante que le tendieron el Presidente Piñera y también el candidato Kast y continuara con el tono amable que ha mostrado desde la elección. Esto es importante porque el clima de enfrentamiento de los dos últimos años no puede llevar a nada bueno y la actitud que los opositores tuvieron con el actual Presidente, independientemente del juicio que se tenga sobre su gestión, ha sido de una animosidad y a ratos injusticia que mirada con cierta distancia es impactante. ¡Ganaría tanto Chile si la buena fe y el juego limpio fueran la tónica de la política en los próximos cuatro años! Y eso requiere liderazgo.

Una segunda cuestión, que aportaría mucho, sería una dosis de humildad. Conocemos la crítica que el presidente electo tiene a la sociedad chilena de hoy. Entendemos que dentro del mandato que le dieron los electores está el corregir situaciones de desigualdad o de abusos que han contribuido al malestar de gran parte de los chilenos. Pero, aun así, esa tarea debe acometerse con cierta humildad. Las pretensiones de cambiar la historia, derribando el capitalismo que, en distintas versiones, reina en todo el mundo libre desde finales del siglo 18 y hacerlo desde las aulas de la calle Pío Nono en este rincón del mundo tiene un componente de arrogancia y voluntarismo que lo pueden llevar al fracaso. La política no es solo voluntad, aunque tiene una dosis de ella. Es también realismo y, como lo experimentará el presidente electo en los próximos meses, los proyectos de transformación basados en reeducar a la gente no funcionan en democracia.

Por último, algo más técnico. “Gradualidad” puede ser una buena palabra en políticas públicas, pero entraña riesgos. Aplicar gradualmente malas políticas puede ser peor.

Es posible, presidente electo, que muchas personas le digan cosas más halagüeñas dada la posición en que se encuentra. Piense que no todas ellas tienen el afán de ayudarlo.

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